Con la muerte de Isabel Tudor, una nueva dinastía ocupó el trono inglés: los Estuardos de Escocia.
Jacobo VI de Escocia, hijo de María Estuardo, se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Jacobo I (1603-1625).
Desde el comienzo atacó por igual a los católicos y a los protestantes extremistas. En 1604 ordenó el destierro de los sacerdotes, y el parlamento confirmó las leyes de Isabel contra los católicos.
Finalmente esto resultó en la famosa "Gunpowder Plot" (conspiración de la pólvora), que fue un intento para eliminar al rey y a la Cámara de los Lores. El descubrimiento de ese complot despertó un gran sentimiento anticatólico, lo que condujo a medidas todavía más represivas contra los católicos.
Los presbiterianos se oponían a la forma episcopal de gobierno de la iglesia y a la idea del derecho divino de los reyes. El rey estaba determinado a que el pueblo inglés se ciñera a la Iglesia Anglicana establecida.
La actitud del rey lo único que logró fue aumentar el rigor y el dogmatismo de los puritanos, quienes favorecían una estricta observancia del domingo, la lectura de la Biblia, los servicios religiosos en los hogares, e insistían en la pureza de las costumbres.
Entre los puritanos, en los días de Jacobo I, había varias facciones:
(1) los presbiterianos, que preferían un gobierno eclesiástico mediante un cuerpo de presbíteros o ancianos regularmente elegidos;
(2) los independientes, que insistían que en la iglesia, como una comunidad de creyentes, debía predominar la libre voluntad y la libertad, pues consideraban que el gobierno eclesiástico debía residir en la parroquia o congregación;
(3) los bautistas, que procedían principalmente de los independientes, defendían el bautismo de los adultos por inmersión, considerando que el bautismo de las criaturas era incompatible con las verdaderas creencias y prácticas cristianas.