A medida que el Imperio Romano decaía gradualmente, la iglesia se extendía y aumentaba su poder.
Cuando la iglesia fue establecida por su Fundador Divino se caracterizaba por una admirable pureza de vida y claridad de doctrinas.
Tenía una organización relativamente sencilla y eficaz que contrastaba con el complejo sistema monárquico que caracterizó al papado medieval.
El cristianismo comenzó como una secta proscrita, rechazada y hostilizada por los judíos, despreciada y vilipendiada por los paganos cultos y perseguida intermitentemente por un gobierno pagano que estaba dispuesto a exterminarla. A pesar de todo, el cristianismo crecía en número, en extensión y en la estimación de las personas pensadoras.
En el siglo III la iglesia comenzó a tener sus propios edificios para el culto, y aunque no era reconocida legalmente comenzó a ser dueña de propiedades. Su organización se hizo más compleja.
Los ancianos que presidían en las congregaciones de las grandes ciudades alcanzaron una jerarquía especial como "supervisores", y después como obispos dominantes que ejercían una autoridad eclesiástica creciente.
Cuando algunas disputas por asuntos doctrinales dividieron la iglesia y comenzaron a formarse sectas, se consideró a los obispos como modelos de ortodoxia, y cada uno comenzó a buscar en sus antecesores precedentes para interpretar y aplicar las tradiciones de la iglesia.
A medida que aumentaban las controversias doctrinales se iba debilitando la confianza en la Biblia como la única expresión de fe y doctrina, y se recurría más y más a la tradición.
A medida que la iglesia se extendía tomaba prestados a veces consciente, a veces inconscientemente de los paganos que iba dominando, doctrinas y ritos enteramente desconocidos en la iglesia apostólica, que se convertían en parte de la vida de la iglesia.
La iglesia se consolidaba y extendía; pero internamente comenzó a perder su sencillez y pureza apostólicas, y aun antes de que fuera reconocida legalmente se habían echado los fundamentos para el desarrollo de la iglesia orgullosa y materialista de la Edad Media.