Cuando Constantino el Grande se convirtió en emperador en el año 311, el imperio se hallaba aquejado por un sistema administrativo difícil de manejar, un ejército desorganizado y una economía que desfallecía. Además, la moral de la población multilingüe, de orígenes y costumbres múltiples, estaba en bancarrota ética y espiritualmente.
La estrategia política de Constantino, gobernante de amplia visión, fue la de movilizar la población del imperio para reconstruir sus instituciones y lograr una unidad de la cual no había disfrutado en los últimos dos siglos. Comenzó a reorganizar el ejército, a fortalecer la vida económica del imperio y a buscar el remedio para los males sociales, morales y espirituales de la población.
Procurando salvar la integridad del imperio, trató por todos los medios de unificar al pueblo, y uno de los recursos que utilizó fue su intento de cristianizar el Imperio Romano.
Se ha debatido si verdaderamente Constantino se convirtió al cristianismo, como lo sugieren la visión que pretendió haber visto antes de la victoria del puente Milvio y la estatua de sí mismo con cruz en mano que poco después hizo levantar en Roma, o si permaneció pagano, como lo indicaría su conducta. En todo caso, Constantino favoreció a los cristianos con una serie de leyes, a partir del año 311 cuando junto con Galerio y Licinio les dio a aquéllos permiso de rogar a su dios en favor del bienestar del emperador.
En el año 313, junto con Licinio proclamó el edicto de Milán, por el cual se daba libertad religiosa a todos los ciudadanos del imperio, pero que especialmente beneficiaba a los cristianos. Con todo, el propósito de este edicto era egoísta: Constantino quería recibir los beneficios de las oraciones de todos los fieles a sus dioses, entre ellos el Dios de los cristianos.
Más tarde eximió al clero cristiano del servicio militar y de los impuestos a la propiedad (313 d. C.).
Abolió en 315 diversas costumbres paganas que resultaban ofensivas a los cristianos y facilitó la emancipación de los esclavos cristianos.