Durante siglos las tribus bárbaras del norte habían estado observando a Roma, más allá de sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades que disfrutaba su pueblo.
En las guerras fronterizas de Roma fueron tomados cautivos grupos numerosos de guerreros de las tribus del norte, quienes fueron vendidos como esclavos y usados como gladiadores en el circo, o como soldados auxiliares en el ejército de Roma.
Esos hombres regresaban a sus hogares contando historias de la riqueza de Roma, y los bárbaros comenzaron a desear compartir dichas riquezas.
Los bárbaros veteranos de legiones auxiliares se establecieron como guarniciones a lo largo de las fronteras para detener los ataques de sus propios coterráneos que intentaban cruzar los límites.
A medida que aumentaba más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban alrededor de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras, irrumpieron a través de las fronteras.
Roma pudo durante algún tiempo absorber tales inmigrantes estableciéndolos en tierras baldías para aumentar la muy disminuida obra de mano.
Algunos líderes de esas tribus teutónicas, también llamadas germánicas, ocasionalmente obtenían poder político en el imperio, y comenzaron a casarse con los nativos a pesar de que había leyes que prohibían tales matrimonios.
Así comenzó a formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura romano-teutónica al oeste del Adriático y en el valle del Danubio.