Durante el reinado de Constantino, como también más tarde, la iglesia, aliviada de su preocupación en cuanto a su relación con el Estado que la había perseguido, se vio envuelta en una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en dogmas apoyados con frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las prácticas paganas, que por las Escrituras.
El cristianismo se convirtió entonces en un sistema fundado en credos.
La iglesia aparentemente había alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios había apostatado.
El paganismo se había cristianizado; pero simultáneamente el cristianismo había absorbido muchísimos elementos de origen pagano.
La iglesia parecía ante el mundo que había triunfado; pero no fue así.
El emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado "el apóstata" porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el paganismo. Se dice que cuando estaba moribundo a causa de heridas recibidas en una batalla, exclamó: "Venciste, Galileo". Cuando lo dijo no comprendía que la corrupción de los seguidores del Galileo era lo que había hecho que él se apartara de Jesús, a quien él llamaba "Galileo".
Agustín (354-430), el teólogo de Hipona, cerca de Cartago, osadamente tomó y magnificó la enseñanza de Orígenes de Alejandría (siglos II-III), quien sostenía que, para triunfar, la iglesia ya no necesitaba esperar que el mundo terminara con un cataclismo debido a la segunda venida de Cristo.
Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria gradual porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de la "ciudad" satánica de este mundo.
La cristalización de este triunfo se convirtió en la esperanza y el propósito de una iglesia que apostataba continuamente y se transformaba en un gran sistema eclesiástico-político.
Desde entonces ésta ha sido siempre su meta. La iglesia se convirtió más y más en la institución que infundía esperanza a los hombres a medida que declinaba el imperio.
Los decretos de Constantino y la forma activa en que apoyó a la religión no detuvieron la fatal enfermedad que estaba carcomiendo el corazón mismo de Roma. Continuaba la decadencia política, económica, social y moral. No hay una causa aislada que pueda explicar la caída de Roma. Se desmoronó principalmente como resultado de la decadencia interna.