EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

6.03. LA DECISIÓN DEL CONCILIO

Jacobo, el anciano que presidía (ver Hech. 15:13), presento el discurso final.
Jacobo confirmó el punto de vista de Pablo, y declaró que los profetas habían hablado de la reedificación de la casa de David para que gente de todas partes pudiera invocar el nombre del Señor.
"Por lo cual - concluyó Jacobo - yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre" (vers. 19-20).

En respuesta a esta sugerencia de Jacobo, se redactó una carta en la que se destacaba el hecho de que aunque había algunos que habían insistido en que los gentiles conversos estaban obligados a guardar los requerimientos rituales de la ley judía, los hermanos de Jerusalén no ordenaban tal cosa.
Por esto, Bernabé y Pablo regresarían llevando la decisión del concilio, acompañados por Judas Barsabás y Silas. "Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardarais, bien haréis. Pasadlo bien" (Hech. 15: 28-29).

El concilio de Jerusalén fue uno de los grandes acontecimientos de la historia de la iglesia cristiana. La decisión del concilio fue en todo sentido una gran proclama de emancipación.
Uno sólo puede conjeturar cuál habría sido el efecto sobre la iglesia cristiana si los enviados de Cristo, a medida que iban por todo el mundo, hubiesen procurado imponer sobre sus conversos no judíos todos los requerimientos de la ley judía. Habría hecho necesario que tales conversos cargaran, en un mundo no judío, todos los problemas característicos que sufrían los judíos en esos días.
Hubiera significado que se sometieran a un programa de ritos que sin duda habría estorbado su crecimiento en los comienzos del movimiento. Lógicamente esto habría desfigurado el claro cuadro de Jesucristo muriendo en la cruz. Habría puesto en su lugar ceremonias que, en el mejor de los casos, no eran sino un símbolo del sacrificio del Hijo de Dios.
Si hubiese continuado la circuncisión, se hubiera vinculado a los cristianos gentiles con un rito racial, peculiar y teocrático. El cristianismo, por su naturaleza misma, en contraste debía poner énfasis en la relación individual con Jesucristo. Esta comunión personal debía ser una realidad basada en la fe, una fe que no se podía tener en la infancia, cuando los judíos aplicaban la señal de la circuncisión, sino en una edad de responsabilidad inteligente.

La decisión del concilio de Jerusalén dejó a la iglesia e libertad de crecer sin trabas nacionales o raciales que impidieran que llegara a todos los hombres.
La emancipación de la iglesia primitiva decretada en el concilio fue un factor de importancia máxima para su continuo crecimiento entre los gentiles durante la era apostólica. También se reflejó en su espíritu de libertad y de poder en Cristo.