Pero esta noble decisión del concilio, concebida tan claramente y enunciada en un momento vital en la historia de la iglesia, no fue aceptada sin una intensa oposición de los que deseaban mantener el judaísmo en la iglesia.
Pedro había hablado en defensa de la liberación de los gentiles, y cuando fue a Antioquía con los enviados del concilio, se juntaba libremente con los conversos gentiles.
Pero el partido farisaico que existía entre los cristianos de Jerusalén no estaba contento.
Este sector también envió sus representantes a Antioquía, los cuales afirmaban que iban en nombre de Jacobo y con la autoridad de la iglesia de Jerusalén (Gál. 2:12).