EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

35.16. Juan Wiclef - XVI

Los papistas fracasaron en su intento de perjudicar a Wiclef durante su vida, y su odio no podía aplacarse mientras que los restos del reformador siguieran descansando en la paz del sepulcro. Por un decreto del concilio de Constanza, más de cuarenta años después de la muerte de Wiclef sus huesos fueron exhumados y quemados públicamente, y las cenizas arrojadas a un arroyo cercano.

"Ese arroyo -dice un antiguo escritor- llevó las cenizas al río Avón, el Avón al Severna, el Severna a los mares y éstos al océano; y; así es como las cenizas de Wiclef son emblema de sus doctrinas, las cuales se hallan esparcidas hoy día por el mundo entero." -T. Fuller, Church History of Britain, lib. 4, sec. 2, párr. 54. ¡Cuán poco alcanzaron a comprender sus enemigos el significado de su acto perverso!

Por medio de los escritos de Wiclef, Juan Hus, de Bohemia, fue inducido a renunciar a muchos de los errores de Roma y a asociarse a la obra de reforma. Y de este modo, en aquellos dos países, tan distantes uno de otro, fue sembrada la semilla de la verdad. De Bohemia se extendió la obra hasta otros países; la mente de los hombres fue encauzada hacia la Palabra de Dios que por tan largo tiempo había sido relegada al olvido. La mano divina estaba así preparando el camino a la gran Reforma.

35.16. João Wycliffe - XVI

Os romanistas não haviam conseguido executar sua vontade em relação a Wycliffe durante a vida deste, e seu ódio não se satisfez enquanto o corpo do reformador repousasse em sossego na sepultura. Por decreto do concílio de Constança, mais de quarenta anos depois de sua morte, seus ossos foram exumados e publicamente queimados, e as cinzas lançadas em um riacho vizinho.

“Esse riacho”, diz antigo escritor, “levou suas cinzas para o Avon, o Avon para o Severn, o Severn para os pequenos mares, e estes para o grande oceano. E assim as cinzas de Wycliffe são o emblema de sua doutrina, que hoje está espalhada pelo mundo inteiro.” –T. Fuller, Church History of Britain, livro 4, secç. 2, par. 54. Pouco imaginaram os inimigos a significação de seu ato perverso.

Foi mediante os escritos de Wycliffe que João Huss, da Boêmia, foi levado a renunciar a muitos erros do romanismo e entrar na obra da Reforma. E assim é que nesses dois países tão grandemente separados, foi lançada a semente da verdade. Da Boêmia a obra estendeu-se para outras terras. O espírito dos homens foi dirigido para a Palavra de Deus, havia tanto esquecida. A mão divina estava a preparar o caminho para a Grande Reforma.

35.16. John Wycliffe - XVI

The papists had failed to work their will with Wycliffe during his life, and their hatred could not be satisfied while his body rested quietly in the grave. By the decree of the Council of Constance, more than forty years after his death his bones were exhumed and publicly burned, and the ashes were thrown into a neighboring brook.

"This brook," says an old writer, "hath conveyed his ashes into Avon, Avon into Severn, Severn into the narrow seas, they into the main ocean. And thus the ashes of Wycliffe are the emblem of his doctrine, which now is dispersed all the world over."-- T. Fuller, Church History of Britain, b. 4, sec. 2, par. 54. Little did his enemies realize the significance of their malicious act.

It was through the writings of Wycliffe that John Huss, of Bohemia, was led to renounce many of the errors of Romanism and to enter upon the work of reform. Thus in these two countries, so widely separated, the seed of truth was sown. From Bohemia the work extended to other lands. The minds of men were directed to the long-forgotten word of God. A divine hand was reparing the way for the Great Reformation.

35.15. Juan Wiclef - XV

El carácter de Wiclef es una prueba del poder educador y transformador de las Santas Escrituras. A la Biblia debió él todo lo que fue. El esfuerzo hecho para comprender las grandes verdades de la revelación imparte vigor a todas las facultades y las fortalece; ensancha el entendimiento, aguza las percepciones y madura el juicio.

El estudio de la Biblia ennoblecerá como ningún otro estudio el pensamiento, los sentimientos y las aspiraciones. Da constancia en los propósitos, paciencia, valor y perseverancia; refina el carácter y santifica el alma. Un estudio serio y reverente de las Santas Escrituras, al poner la mente de quienes se dedicaran a él en contacto directo con la mente del Todopoderoso, daría al mundo hombres de intelecto mayor y más activo, como también de principios más nobles que los que pueden resultar de la más hábil enseñanza de la filosofía humana. "La entrada de tus palabras -dice el salmista- alumbra; a los simples les da inteligencia." (Salmo 119: 130).

Las doctrinas que enseñó Wiclef siguieron cundiendo por algún tiempo; sus partidarios, conocidos por wiclefistas y lolardos, no sólo recorrían Inglaterra sino que se esparcieron por otras partes, llevando a otros países el conocimiento del Evangelio. Cuando su jefe falleció, los predicadores trabajaron con más celo aun que antes, y las multitudes acudían a escuchar sus enseñanzas. Algunos miembros de la nobleza y la misma esposa del rey contábanse en el número de los convertidos, y en muchos lugares se notaba en las costumbres del pueblo un cambio notable y se sacaron de las iglesias los símbolos idólatras del romanismo. Pero pronto la tempestad de la despiadada persecución se desató sobre aquellos que se atrevían a aceptar la Biblia como guía.

Los monarcas ingleses, ansiosos de confirmar su poder con el apoyo de Roma, no vacilaron en sacrificar a los reformadores. Por primera vez en la historia de Inglaterra fue decretado el uso de la hoguera para castigar a los propagadores del Evangelio. Los martirios seguían a los martirios. Los que abogaban por la verdad eran desterrados o atormentados y sólo podían clamar al oído del Dios de Sabaoth. Se les perseguía como a enemigos de la iglesia y traidores del reino, pero ellos seguían predicando en lugares secretos, buscando refugio lo mejor que podían en las humildes casas de los pobres y escondiéndose muchas veces en cuevas y antros de la tierra.

A pesar de la ira de los perseguidores, continuó serena, firme y paciente por muchos siglos la protesta que los siervos de Dios sostuvieron contra la perversión predominante de las enseñanzas religiosas. Los cristianos de aquellos tiempos primitivos no tenían más que un conocimiento parcial de la verdad, pero habían aprendido a amar la Palabra de Dios y a obedecerla, y por ella sufrían con paciencia. Como los discípulos en los tiempos apostólicos, muchos sacrificaban sus propiedades terrenales por la causa de Cristo. Aquellos a quienes se permitía habitar en sus hogares, daban asilo con gusto a sus hermanos perseguidos, y cuando a ellos también se les expulsaba de sus casas, aceptaban alegremente la suerte de los desterrados.

Cierto es que miles de ellos, aterrorizados por la furia de los perseguidores, compraron su libertad haciendo el sacrificio de su fe, y salieron de las cárceles llevando el hábito de los arrepentidos para hacer pública retractación; pero no fue escaso el número -contándose entre ellos nobles y ricos, así como pobres y humildes- de los que sin miedo alguno daban testimonio de la verdad en los calabozos, en las "torres lolardas," gozosos en medio de los tormentos y las llamas, de ser tenidos por dignos de participar de "la comunión de sus padecimientos."

35.15. João Wycliffe - XV

O caráter de Wycliffe é testemunho do poder educador e transformador das Sagradas Escrituras. Foram estas que dele fizeram o que foi. O esforço para aprender as grandes verdades da revelação, comunica frescor e vigor a todas as faculdades. Expande a mente, aguça a percepção, amadurece o juízo.

O estudo da Bíblia enobrece a todo pensamento, sentimento e aspiração, como nenhum outro estudo o pode fazer. Dá estabilidade de propósitos, paciência, coragem e fortaleza; aperfeiçoa o caráter e santifica a alma. O esquadrinhar fervoroso e reverente das Escrituras, pondo o espírito do estudante em contato direto com a mente infinita, daria ao mundo homens de intelecto mais forte e mais ativo, bem como de princípios mais nobres, do que os que já existiram como resultado do mais hábil ensino que proporciona a filosofia humana. “A exposição das Tuas palavras dá luz”, diz o salmista; “dá entendimento aos símplices.” Salmo 119: 130.

As doutrinas ensinadas por Wycliffe continuaram durante algum tempo a espalhar-se; seus seguidores, conhecidos como wyclifitas e lolardos, não somente encheram a Inglaterra, mas espalharam-se em outros países, levando o conhecimento do evangelho. Agora que seu guia fora tomado dentre os vivos, os pregadores trabalhavam com zelo maior do que antes, e multidões se congregavam para ouvi-los. Alguns da nobreza e mesmo a esposa do rei se encontravam entre os conversos. Em muitos lugares houve assinalada reforma nos costumes do povo, e os símbolos do romanismo foram removidos das igrejas. Logo, porém, a impiedosa tempestade da perseguição irrompeu sobre os que haviam ousado aceitar a Escritura Sagrada como guia.

Os monarcas ingleses, ávidos de aumentar seu poder mediante o apoio de Roma, não hesitaram em sacrificar os reformadores. Pela primeira vez na história da Inglaterra a fogueira foi decretada contra os discípulos do evangelho. Martírios sucederam a martírios. Os defensores da verdade, proscritos e torturados, podiam tão-somente elevar seus clamores ao ouvido do Senhor dos exércitos. Perseguidos como inimigos da igreja e traidores do reino, continuaram a pregar em lugares secretos, encontrando abrigo o melhor que podiam nos humildes lares dos pobres, e muitas vezes refugiando-se mesmo em brenhas e cavernas.

Apesar da fúria da perseguição, durante séculos continuou a ser proferido um protesto calmo, devoto, fervoroso, paciente, contra as dominantes corrupções da fé religiosa. Os crentes daqueles primitivos tempos tinham apenas conhecimento parcial da verdade, mas haviam aprendido a amar e obedecer à Palavra de Deus, e pacientemente sofriam por sua causa. Como os discípulos dos dias apostólicos, muitos sacrificavam suas posses deste mundo pela causa de Cristo. Aqueles a quem era permitido permanecer em casa, abrigavam alegremente os irmãos banidos; e, quando eles também eram expulsos, animosamente aceitavam a sorte dos proscritos.

Milhares, é verdade, aterrorizados pela fúria dos perseguidores, compravam a liberdade com sacrifício da fé, e saíam das prisões vestidos com a roupa dos penitentes, a fim de publicar sua abjuração. Mas não foi pequeno o número – e entre estes havia homens de nascimento nobre bem como humildes e obscuros – dos que deram destemido testemunho da verdade nos cubículos dos cárceres, nas “Torres dos Lolardos”, e em meio de tortura e chamas, regozijando-se de que tivessem sido considerados dignos de conhecer a “comunicação de Suas aflições”.

35.15. John Wycliffe - XV

The character of Wycliffe is a testimony to the educating, transforming power of the Holy Scriptures. It was the Bible that made him what he was. The effort to grasp the great truths of revelation imparts freshness and vigor to all the faculties. It expands the mind, sharpens the perceptions, and ripens the judgment.

The study of the Bible will ennoble every thought, feeling, and aspiration as no other study can. It gives stability of purpose, patience, courage, and fortitude; it refines the character and sanctifies the soul. An earnest, reverent study of the Scriptures, bringing the mind of the student in direct contact with the infinite mind, would give to the world men of stronger and more active intellect, as well as of nobler principle, than has ever resulted from the ablest training that human philosophy affords. "The entrance of Thy words," says the psalmist, "giveth light; it giveth understanding." Psalm 119:130.

The doctrines which had been taught by Wycliffe continued for a time to spread; his followers, known as Wycliffites and Lollards, not only traversed England, but scattered to other lands, carrying the knowledge of the gospel. Now that their leader was removed, the preachers labored with even greater zeal than before, and multitudes flocked to listen to their teachings. Some of the nobility, and even the wife of the king, were among the converts. In many places there was a marked reform in the manners of the people, and the idolatrous symbols of Romanism were removed from the churches. But soon the pitiless storm of persecution burst upon those who had dared to accept the Bible as their guide.

The English monarchs, eager to strengthen their power by securing the support of Rome, did not hesitate to sacrifice the Reformers. For the first time in the history of England the stake was decreed against the disciples of the gospel. Martyrdom succeeded martyrdom. The advocates of truth, proscribed and tortured, could only pour their cries into the ear of the Lord of Sabaoth. Hunted as foes of the church and traitors to the realm, they continued to preach in secret places, finding shelter as best they could in the humble homes of the poor, and often hiding away even in dens and caves.

Notwithstanding the rage of persecution, a calm, devout, earnest, patient protest against the prevailing corruption of religious faith continued for centuries to be uttered. The Christians of that early time had only a partial knowledge of the truth, but they had learned to love and obey God's word, and they patiently suffered for its sake. Like the disciples in apostolic days, many sacrificed their worldly possessions for the cause of Christ. Those who were permitted to dwell in their homes gladly sheltered their banished brethren, and when they too were driven forth they cheerfully accepted the lot of the outcast.

Thousands, it is true, terrified by the fury of their persecutors, purchased their freedom at the sacrifice of their faith, and went out of their prisons, clothed in penitents' robes, to publish their recantation. But the number was not small--and among them were men of noble birth as well as the humble and lowly--who bore fearless testimony to the truth in dungeon cells, in "Lollard towers," and in the midst of torture and flame, rejoicing that they were counted worthy to know "the fellowship of His sufferings."

35.14. Juan Wiclef - XIV

Wiclef estaba convencido de que su fidelidad iba a costarle la vida. El rey, el papa y los obispos estaban unidos para lograr su ruina, y parecía seguro que en pocos meses a más tardar le llevarían a la hoguera. Pero su valor no disminuyó. "¿Por qué habláis de buscar lejos la corona del martirio? -decía él.- Predicad el Evangelio de Cristo a arrogantes prelados, y el martirio no se hará esperar. ¡Qué! ¿Viviría yo para quedarme callado?. . . ¡Nunca! ¡Que venga el golpe! Esperándolo estoy." -D'Aubigné, lib. 17, cap. 8.

No obstante, la providencia de Dios velaba aún por su siervo, y el hombre que durante toda su vida había defendido con arrojo la causa de la verdad, exponiéndose diariamente al peligro, no había de caer víctima del odio de sus enemigos. Wiclef nunca miró por sí mismo, pero el Señor había sido su protector y ahora que sus enemigos se creían seguros de su presa, Dios le puso fuera del alcance de ellos. En su iglesia de Lutterworth, en el momento en que iba a dar la comunión, cayó herido de parálisis y murió al poco tiempo.

Dios le había señalado a Wiclef su obra. Puso en su boca la palabra de verdad y colocó una custodia en derredor suyo para que esa palabra llegase a oídos del pueblo. Su vida fue protegida y su obra continuó hasta que hubo echado los cimientos para la grandiosa obra de la Reforma.

Wiclef surgió de entre las tinieblas de los tiempos de ignorancia y superstición. Nadie había trabajado antes de él en 100 una obra que dejara un molde al que Wiclef pudiera atenerse. Suscitado como Juan el Bautista para cumplir una misión especial, fue el heraldo de una nueva era. Con todo, en el sistema de verdad que presentó hubo tal unidad y perfección que no pudieron superarlo los reformadores que le siguieron, y algunos de ellos no lo igualaron siquiera, ni aun cien años más tarde. Echó cimientos tan hondos y amplios, y dejó una estructura tan exacta y firme que no necesitaron hacer modificaciones los que le sucedieron en la causa.

El gran movimiento inaugurado por Wiclef, que iba a libertar las conciencias y los espíritus y emancipar las naciones que habían estado por tanto tiempo atadas al carro triunfal de Roma, tenía su origen en la Biblia. Era ella el manantial de donde brotó el raudal de bendiciones que como el agua de la vida ha venido fluyendo a través de las generaciones desde el siglo XIV. Con fe absoluta, Wiclef aceptaba las Santas Escrituras como la revelación inspirada de la voluntad de Dios, como regla suficiente de fe y conducta. Se le había enseñado a considerar la iglesia de Roma como la autoridad divina e infalible y a aceptar con reverencia implícita las enseñanzas y costumbres establecidas desde hacía mil años; pero de todo esto se apartó para dar oídos a la santa Palabra de Dios. Esta era la autoridad que él exigía que el pueblo reconociese. En vez de la iglesia que hablaba por medio del papa, declaraba él que la única autoridad verdadera era la voz de Dios escrita en su Palabra; y enseñó que la Biblia es no sólo una revelación perfecta de la voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete, y que por el estudio de sus enseñanzas cada uno debe conocer por sí mismo sus deberes. Así logró que se fijaran los hombres en la Palabra de Dios y dejaran a un lado al papa y a la iglesia de Roma.

Wiclef fue uno de los mayores reformadores. Por la amplitud de su inteligencia, la claridad de su pensamiento, su firmeza para sostener la verdad y su intrepidez para defenderla, fueron pocos los que le igualaron entre los que se levantaron tras él. Caracterizaban al primero de los reformadores su pureza de vida, su actividad incansable en el estudio y el trabajo, su integridad intachable, su fidelidad en el ministerio y sus nobles sentimientos, que eran los mismos que se notaron en Cristo Jesús. Y esto, no obstante la obscuridad intelectual y la corrupción moral de la época en que vivió.

35.14. João Wycliffe - XIV

Wycliffe esperava plenamente que sua vida seria o preço de sua fidelidade. O rei, o papa e os bispos estavam unidos para levá-lo a ruína, e parecia certo que, quando muito, em poucos meses o levariam à fogueira. Mas sua coragem não se abalou. "Por que falais em procurar longe a coroa do martírio?” dizia. “Pregai o evangelho de Cristo aos altivos prelados e o martírio não vos faltará. Quê! viveria eu e estaria silencioso? … Nunca! Venha o golpe, eu o estou aguardando." – D’Aubigné, livro 17, cap. 8.

Mas Deus, em Sua providência, ainda escudou a Seu servo. O homem que durante toda a vida permanecera ousadamente na defesa da verdade, diariamente em perigo de vida, não deveria cair vítima do ódio de seus adversários. Wycliffe nunca procurara escudar-se a si mesmo, mas o Senhor lhe fora o protetor; e agora, quando seus inimigos julgavam segura a presa, a mão de Deus o removeu para além de seu alcance. Em sua igreja, em Lutterworth, na ocasião em que ia ministrar a comunhão, caiu atacado de paralisia, e em pouco tempo rendeu a vida.

Deus designara a Wycliffe a sua obra. Pusera-lhe na boca a Palavra da verdade e dispusera uma guarda a seu redor para que esta Palavra pudesse ir ao povo. A vida fora-lhe protegida e seus trabalhos se prolongaram, até ser lançado o fundamento para a grande obra da Reforma.

Wycliffe saíra das trevas da Idade Média. Ninguém havia que tivesse vivido antes dele, por meio de cuja obra pudesse modelar seu sistema de reforma. Suscitado como João Batista para cumprir uma missão especial, foi ele o arauto de uma nova era. Contudo, no sistema de verdades que apresentava, havia uma unidade e perfeição que os reformadores que o seguiram não excederam e que alguns não atingiram, mesmo cem anos mais tarde. Tão amplo e profundo foi posto o fundamento, tão firme e verdadeiro o arcabouço, que não foi necessário serem reconstruídos pelos que depois dele vieram.

O grande movimento inaugurado por Wycliffe, o qual deveria libertar a consciência e o intelecto e deixar livres as nações, durante tanto tempo jungidas ao carro triunfal de Roma, teve sua fonte na Escritura Sagrada. Ali se encontrava a origem da corrente de bem-aventurança, que, como a água da vida, tem manado durante gerações desde o século XIV. Wycliffe aceitava as Sagradas Escrituras com implícita fé, como a inspirada revelação da vontade de Deus, como suficiente regra de fé e prática. Fora educado de modo a considerar a Igreja de Roma como autoridade divina, infalível, e aceitar com indiscutível reverência os ensinos e costumes estabelecidos havia um milênio; mas de tudo isto se desviou para ouvir a santa Palavra de Deus. Esta era a autoridade que ele insistia com o povo para que reconhecesse. Em vez da igreja falando pelo papa, declarou ser a única verdadeira autoridade a voz de Deus falando por Sua Palavra. E não somente ensinava que a Bíblia é a perfeita revelação da vontade de Deus, mas que o Espírito Santo é o seu único intérprete, e que todo homem, pelo estudo de seus ensinos, deve aprender por si próprio o dever. Desta maneira fazia volver o espírito, do papa e da igreja de Roma, para a Palavra de Deus.

Wycliffe foi um dos maiores reformadores. Na amplidão de seu intelecto, clareza de pensamentos, firmeza em manter a verdade e ousadia para defendê-la, por poucos dos que após ele vieram foi igualado. Pureza de vida, incansável diligência no estudo e trabalho, incorruptível integridade, amor e fidelidade cristã no ministério caracterizaram o primeiro dos reformadores. E isto apesar das trevas intelectuais e corrupção moral da época de que ele emergiu.

35.14. John Wycliffe - XIV

Wycliffe fully expected that his life would be the price of his fidelity. The king, the pope, and the bishops were united to accomplish his ruin, and it seemed certain that a few months at most would bring him to the stake. But his courage was unshaken. "Why do you talk of seeking the crown of martyrdom afar?" he said. "Preach the gospel of Christ to haughty prelates, and martyrdom will not fail you. What! I should live and be silent? . . . Never! Let the blow fall, I await its coming."-- D'Aubigne, b. 17, ch. 8.

But God's providence still shielded His servant. The man who for a whole lifetime had stood boldly in defense of the truth, in daily peril of his life, was not to fall a victim of the hatred of its foes. Wycliffe had never sought to shield himself, but the Lord had been his protector; and now, when his enemies felt sure of their prey, God's hand removed him beyond their reach. In his church at Lutterworth, as he was about to dispense the communion, he fell, stricken with palsy, and in a short time yielded up his life.

God had appointed to Wycliffe his work. He had put the word of truth in his mouth, and He set a guard about him that this word might come to the people. His life was protected, and his labors were prolonged, until a foundation was laid for the great work of the Reformation.

Wycliffe came from the obscurity of the Dark Ages. There were none who went before him from whose work he could shape his system of reform. Raised up like John the Baptist to accomplish a special mission, he was the herald of a new era. Yet in the system of truth which he presented there was a unity and completeness which Reformers who followed him did not exceed, and which some did not reach, even a hundred years later. So broad and deep was laid the foundation, so firm and true was the framework, that it needed not to be reconstructed by those who came after him.

The great movement that Wycliffe inaugurated, which was to liberate the conscience and the intellect, and set free the nations so long bound to the triumphal car of Rome, had its spring in the Bible. Here was the source of that stream of blessing, which, like the water of life, has flowed down the ages since the fourteenth century. Wycliffe accepted the Holy Scriptures with implicit faith as the inspired revelation of God's will, a sufficient rule of faith and practice. He had been educated to regard the Church of Rome as the divine, infallible authority, and to accept with unquestioning reverence the established teachings and customs of a thousand years; but he turned away from all these to listen to God's holy word. This was the authority which he urged the people to acknowledge. Instead of the church speaking through the pope, he declared the only true authority to be the voice of God speaking through His word. And he taught not only that the Bible is a perfect revelation of God's will, but that the Holy Spirit is its only interpreter, and that every man is, by the study of its teachings, to learn his duty for himself. Thus he turned the minds of men from the pope and the Church of Rome to the word of God.

Wycliffe was one of the greatest of the Reformers. In breadth of intellect, in clearness of thought, in firmness to maintain the truth, and in boldness to defend it, he was equaled by few who came after him. Purity of life, unwearying diligence in study and in labor, incorruptible integrity, and Christlike love and faithfulness in his ministry, characterized the first of the Reformers. And this notwithstanding the intellectual darkness and moral corruption of the age from which he emerged.