La providencia de Dios dirigió los acontecimientos de tal manera que ayudaron al desarrollo de la Reforma.
Muerto Gregorio, eligiéronse dos papas rivales. Dos poderes en conflicto, cada cual pretendiéndose infalible (véase la nota 2 en 33.02. "Señor Dios el Papa", y la nota 2 en 35.08. Juan Wiclef - VIII), reclamaban la obediencia de los creyentes.
Cada uno pedía el auxilio de los fieles para hacerle la guerra al otro, su rival, y reforzaba sus exigencias con terribles anatemas contra los adversarios y con promesas celestiales para sus partidarios.
Esto debilitó notablemente el poder papal. Harto tenían que hacer ambos partidos rivales para pelear uno con otro, de modo que Wiclef pudo descansar por algún tiempo. Anatemas y recriminaciones volaban de un papa al otro, y ríos de sangre corrían en la contienda de tan encontrados intereses. La iglesia rebosaba de crímenes y escándalos.
Entre tanto el reformador vivía tranquilo retirado en su parroquia de Lutterworth, trabajando diligentemente por hacer que los hombres apartaran la atención de los papas en guerra uno con otro, y que la fijaran en Jesús, el Príncipe de Paz.
El cisma, con la contienda y corrupción que produjo, preparó el camino para la Reforma, pues ayudó al pueblo a conocer el papado tal cual era.
En un folleto que publicó Wiclef sobre "El cisma de los papas," exhortó al pueblo a considerar si ambos sacerdotes no decían la verdad al condenarse uno a otro como anticristos. "Dios -decía él- no quiso que el enemigo siguiera reinando tan sólo en uno de esos sacerdotes, sino que . . . puso enemistad entre ambos, para que los hombres, en el nombre de Cristo, puedan vencer a ambos con mayor facilidad."- R. Vaughan, Life and Opinions of John de Wycliffe, tomo 2, pág. 6.