La doctrina del derecho divino de los reyes, brillantemente defendida en Francia por el jesuita cardenal Richelieu, hizo del rey de Francia (Luis XIII, en este caso) un monarca que gobernaba por la gracia de Dios y que sólo era responsable ante Dios.
Esta idea vino bien en Inglaterra en tiempo de los Estuardos, que estaban inclinados al concepto católico del gobierno.
Carlos I, cuya esposa era hermana de Luis XIII, estaba convencido de que como rey debía gobernar por derecho divino, y que al procurar el bienestar del pueblo no debía someterse en nada a la fiscalización de sus súbditos o del parlamento.
Carlos intentó que el parlamento interfiriera lo menos posible con su política, y la relación entre el rey y el parlamento se hizo tensa desde entonces en adelante.
El rey, mal aconsejado por Strafford y Laúd, se propuso finalmente gobernar sin parlamento. Su intento de imponer el episcopado y el Libro de Oración Común en Escocia fue una de las razones para el conflicto entre el parlamento y el rey.
Los puritanos, que favorecían los derechos parlamentarios y que constituían la mayoría de la cámara de los comunes, se oponían acerbamente al Libro de Oración Común y al episcopado.
La guerra civil que sobrevino en 1642 fue peleada entre los partidarios del rey, que eran los caballeros, y los puritanos y el parlamento, llamados "cabezas redondas".
La guerra se definió en favor de los puritanos, y el rey huyó a Escocia. Cuando volvió a Inglaterra fue juzgado, condenado por alta traición y decapitado en enero de 1649.