El papado, que Bernardo de Claraval y otros místicos deseaban que fuera esencialmente religioso, era en sí mismo una causa de desunión.
Los papas habían encontrado muchos medios condenables para enriquecer los cofres de la iglesia; había aumentado muchísimo la simonía.
Una iglesia, cuya mentalidad se había materializado por completo, creaba y ofrecía en subasta, uno tras otro, cargos lucrativos al mejor postor.
Además, los papas se imponían ante los reyes como árbitros y exigían que las diferencias políticas fueran sometidas a su arbitraje. Las controversias de los papas con los poderes seculares condujeron al papado a una división embarazosa, y finalmente hubo tres papas que simultáneamente exigían la cátedra de Pedro.
Los concilios de la iglesia pudieron resolver los problemas referentes a la sucesión papal, pero no el más básico de todos: la reforma moral.
El Concilio de Basilea, convocado en 1431, trató infructuosamente durante 17 años de reformar los abusos de la iglesia que la habían llevado a una completa bancarrota moral, un hecho que la mayoría de los clérigos reconocían deploraban.