La iglesia predominaba en todo durante la Edad Media: en el Estado, en la sociedad, en la ciencia, en el comercio, en la literatura y en las artes.
Afirmaba que su poder se extendía aun más allá de la tumba y que podía abrir o cerrar las puertas del cielo.
La gente prácticamente nacía en la iglesia; ser ciudadano significaba ser miembro de la iglesia.
Desde el siglo VI hasta el XII el papado llegó a ser, aunque no sin contratiempos, poder más centralizado en la cristiandad occidental, y alcanzó su cumbre máxima el siglo XIII; pero en los siglos siguientes hubo síntomas siempre crecientes de su desintegración.
La gente tenía una preparación espiritual muy deficiente, y aumentaban las dudas y la confusión. La filosofía griega y el pensamiento pagano saturaban la teología, y se produjeron controversias.
Muchos papas estaban más interesados en las guerras y en las artes que en sus deberes espirituales como dirigentes.
Estas circunstancias, es cierto, fueron combatidas por algunos líderes y pensadores como el místico Bernardo de Claraval (o Clairvaux).