La herejía arriana fue un problema para el catolicismo romano y el papado más en el nivel político-eclesiástico que en el espiritual y teológico.
Los arrianos declaraban que tenían sólo un Dios, el Padre, y aceptaban a Jesús como a un ser creado, que había pasado a ser divino.
Esta enseñanza era presentada como mucho más simple que el trinitarismo, y por eso las tribus paganas germánicas habían aceptado más fácilmente el arrianismo.
Sin embargo, la rama arriana del cristianismo nunca perfeccionó una organización eclesiástica completa, como lo hizo el catolicismo romano en la jerarquía papal, y parece haberle faltado la agresividad misionera de la Iglesia Católica Romana de los siglos IV, V y VI.
El catolicismo romano sufrió sus máximas dificultades con la agresiva herejía arriana cuando ocuparon el trono los hijos de Constantino, uno de los cuales era arriano.
Esto sucedió a mediados del siglo IV, cuando, en una ocasión, un obispo de Roma en realidad fue inducido a aprobar la enseñanza arriana.
El arrianismo continuó con más empuje en el Oriente, y debilitó por un tiempo a la Iglesia Griega Ortodoxa.