En el año 323, Constantino derrotó a Licinio y se convirtió en emperador único. Desde esta fecha puede decirse que el cristianismo conquistó al Imperio Romano.
Constantino se hizo rodear de cristianos, otorgó enormes sumas de dinero para construir templos cristianos, e hizo educar como cristiano a su hijo Crispo.
Parece haberle preocupado grandemente el que la aristocracia romana se resistiera a aceptar el cristianismo y en el año 325 exhortó a todos los ciudadanos a hacerse cristianos.
Sin embargo, Constantino siguió con sus intrigas políticas y asesinatos, y sólo se bautizó como cristiano poco antes de morir en el año 337 d. C.
Como emperador, Constantino era pontífice máximo del culto pagano del Estado. Era natural que, al cristianizarse el imperio, pensara que debía ser el dirigente de la iglesia cristiana. Además, su gran afán de lograr la unidad en su imperio y sus dotes administrativas lo inducían a querer dominar también este aspecto de la sociedad.
Y los cristianos, cansados por la persecución de Diocleciano y felices de recibir los privilegios que les brindaba ahora el Estado, le concedieron a Constantino más autoridad en asuntos eclesiásticos de la que convenía que tuviera un emperador que no era ni siquiera bautizado.