A mediados del siglo III empeoró la política romana en su relación con los cristianos.
Los gobernantes ya se habían dado cuenta de que debían tomar en serio la propagación del movimiento cristiano. Se dice que el emperador Felipe (llamado "el árabe") fue cristiano (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 34).
Al final de su corto reinado se celebró el milésimo aniversario de la fundación de la ciudad de Roma y hubo un gran resurgimiento del sentimiento patriótico romano. Decio, el rival político de Felipe y su sucesor cuando esa ola de patriotismo llegó a su apogeo, creía que los cristianos habían favorecido a Felipe; por eso, en el año 250 comenzó una política de exterminio contra ellos.
Su sangrienta persecución de los cristianos fue repetida por el emperador Valeriano unos siete años más tarde.