El historiador romano Tácito (Anales xv. 44; cf. Suetonio, Nerón vi. 16) narra esto correctamente, pues culpa a Nerón de haber incendiado a Roma.
Para apartar de sí mismo la acusación, echó la culpa a los cristianos.
Una cantidad de seguidores de Jesús fueron quemados vivos en la ciudad de Roma. Algunos de ellos fueron usados como antorchas para alumbrar las orgías nocturnas en los jardines de Nerón.
La persecución sin duda se extendió algo por las provincias, aunque poco se ha registrado de esto. Tanto Pedro como Pablo perecieron en la ciudad de Roma debido a la persecución de Nerón.
La siguiente persecución de los cristianos a manos de los romanos quizá surgió del rencor del emperador Domiciano, hombre inestable y caprichoso. Quizá descubrió que había cristianos en su propia casa, y por esta u otras razones persiguió a la secta. Juan fue desterrado a la isla de Patmos durante el gobierno de este emperador.
La persecución desatada por Domiciano quizá no se extendió tanto ni fue tan destructora, pero fue una dificultad para la iglesia y representó sufrimientos para los que la soportaron directamente.