La habilidad de Lucas como historiador hace que se sepa mucho más de la obra de Pablo que de la de Pedro. Lucas registra algunos hechos acerca de Pedro, y Pablo también hace algunas referencias incidentales a la actuación posterior de ese apóstol.
Poco después de que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuera muerto por orden de Herodes Agripa I, este rey también encarceló a Pedro, pero no pudo ejecutarlo porque el apóstol fue liberado milagrosamente por un ángel (Hech. 12:3-19).
Como parece que esto sucedió poco antes de la muerte de Herodes, sería razonable ubicar esa liberación en el 44 d. C. Pedro después aparece en el concilio de Jerusalén, donde su discurso allanó el camino para la decisión de liberar a los cristianos gentiles de la obligación de practicar el ritual judaico (Hech. 15:7-1l).
Pedro desaparece desde este momento de la narración de Hechos. Pablo menciona la presencia de ese apóstol en Antioquía, evidentemente poco después del concilio de Jerusalén (Gál. 2:11), y Eusebio, escribiendo casi tres siglos después, indica que fue el primer obispo de Antioquía (Historia eclesiástica iii. 36. 2). Parecería evidente por la introducción de su primera epístola (cap. 1: 1), que Pedro había trabajado entre los habitantes del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, zona que comprende una gran parte del norte y oeste del Asia Menor.
Según una tradición, Pedro pasó muchos años en Roma presidiendo la iglesia. Eusebio, según la versión armenia de su Crónica, afirma que Pedro fue a Roma en el tercer año de Calígula, lo que sería en el 39 d. C. Posteriormente, en el mismo documento, coloca el martirio de Pedro en Roma en el año 13.º de Nerón, el 66 d. C., o sea, que Pedro habría vivido unos 27 años en Roma. Gerónimo, escribiendo unas pocas décadas después de Eusebio, declara que Pedro fue a Roma en el año 2.º de Claudio, el 42 d. C., y permaneció allí durante 25 años, hasta el 14.º año de Nerón, 67 d. C. (De viris illustribus i).
Es sumamente improbable que cualquiera de estas dos tradiciones sea correcta, pues difícilmente Pedro podría haber pasado en Roma un período tan largo. Si fue allí en una fecha tan temprana como la que indican esas tradiciones, forzosamente debe haber interrumpido su permanencia durante un período considerable, tanto por su presencia en el concilio de Jerusalén y su posterior visita a Antioquía como por sus probables actividades misioneras en una amplia zona del Asia Menor.
Además, el hecho de que no se mencione a Pedro una sola vez en la correspondencia de Pablo dirigida a Roma o procedente de esta ciudad, donde Pablo menciona a muchos creyentes que allí habitaban, es una indicación de que lo más probable es que Pedro no estuviera en Roma en el invierno (diciembre-febrero) de 57/58 d.C. cuando Pablo escribió el libro de Romanos, ni aproximadamente durante los años 61 a 63 d.C. cuando Pablo estuvo encarcelado allí por primera vez.
La tradición de la llegada temprana de Pedro a Roma puede haber surgido junto con los informes en cuanto a Simón el Mago. Justino Mártir (c. 150 d.C.) registra que un Simón, de Samaria, llegó a Roma durante el reinado de Claudio (41-54 d.C.) e hizo "grandes actos de magia" (Primera apología 26). Ireneo (c. 185 d.C., Contra herejías i. 23. 1-4) repite este relato e identifica a este Simón con Simón el Mago a quien Pedro había reprendido en Samaria (Hech. 8:9-23).
Un documento legendario llamado "Los hechos de Pedro con Simón", cuya fecha aproximada de origen es el año 200 d. C., narra una enredada fábula de cómo Pedro, mediante una visión de Cristo, fue enviado a Roma para que se opusiera a Simón. Como se creía que Simón había llegado allí durante el reinado de Claudio, era lógico concluir que Pedro había llegado a Roma por ese mismo tiempo. Sin embargo, una leyenda como la de Simón el Mago es muy insuficiente como prueba para ubicar la llegada de Pedro a Roma en una fecha tan temprana.
Con todo, las pruebas presentadas no significan que Pedro nunca estuvo en Roma. La antigua tradición cristiana es concluyente en afirmar que Pedro fue un dirigente de la iglesia en Roma, y que murió allí. Ignacio (c. 116 d. C.) dice que Pedro enseñó en Roma (A los romanos 4), e Ireneo (c. 185 d. C.) declara que Pedro y Pablo, "después de fundar y edificar espiritualmente a la iglesia, entregaron en manos de Lino el cargo del episcopado" (Contra herejías iii. 3.3).
Según el Nuevo Testamento es evidente que Pablo no fundó la iglesia de Roma (Rom. 1:13; 15: 23-24), y de acuerdo con la prueba que acabamos de dar, también es dudoso que Pedro la fundara. Sin embargo, categóricas tradiciones antiguas hacen probable que Pedro muriera en Roma. Gayo, cristiano de Roma, declaró (c. 200 d. C.) que se sabía que el "trofeo" de Pedro - lo que quizá signifique su tumba o el lugar de su martirio - estaba en el Vaticano, que en ese tiempo no era un edificio sino un cementerio.
La cuestión de la permanencia de Pedro en Roma es algo muy diferente del primado de los papas que pretenden remontar su cargo hasta él.
Esta pretensión finalmente o se rechaza o se acepta no teniendo en cuenta si Pedro estuvo en Roma, sino considerando algo muy diferente: la posición o categoría de Pedro en la iglesia y la verdadera naturaleza de la sucesión apostólica. Más adelante estudiaremos más detalladamente este problema.
Poco después de que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuera muerto por orden de Herodes Agripa I, este rey también encarceló a Pedro, pero no pudo ejecutarlo porque el apóstol fue liberado milagrosamente por un ángel (Hech. 12:3-19).
Como parece que esto sucedió poco antes de la muerte de Herodes, sería razonable ubicar esa liberación en el 44 d. C. Pedro después aparece en el concilio de Jerusalén, donde su discurso allanó el camino para la decisión de liberar a los cristianos gentiles de la obligación de practicar el ritual judaico (Hech. 15:7-1l).
Pedro desaparece desde este momento de la narración de Hechos. Pablo menciona la presencia de ese apóstol en Antioquía, evidentemente poco después del concilio de Jerusalén (Gál. 2:11), y Eusebio, escribiendo casi tres siglos después, indica que fue el primer obispo de Antioquía (Historia eclesiástica iii. 36. 2). Parecería evidente por la introducción de su primera epístola (cap. 1: 1), que Pedro había trabajado entre los habitantes del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, zona que comprende una gran parte del norte y oeste del Asia Menor.
Según una tradición, Pedro pasó muchos años en Roma presidiendo la iglesia. Eusebio, según la versión armenia de su Crónica, afirma que Pedro fue a Roma en el tercer año de Calígula, lo que sería en el 39 d. C. Posteriormente, en el mismo documento, coloca el martirio de Pedro en Roma en el año 13.º de Nerón, el 66 d. C., o sea, que Pedro habría vivido unos 27 años en Roma. Gerónimo, escribiendo unas pocas décadas después de Eusebio, declara que Pedro fue a Roma en el año 2.º de Claudio, el 42 d. C., y permaneció allí durante 25 años, hasta el 14.º año de Nerón, 67 d. C. (De viris illustribus i).
Es sumamente improbable que cualquiera de estas dos tradiciones sea correcta, pues difícilmente Pedro podría haber pasado en Roma un período tan largo. Si fue allí en una fecha tan temprana como la que indican esas tradiciones, forzosamente debe haber interrumpido su permanencia durante un período considerable, tanto por su presencia en el concilio de Jerusalén y su posterior visita a Antioquía como por sus probables actividades misioneras en una amplia zona del Asia Menor.
Además, el hecho de que no se mencione a Pedro una sola vez en la correspondencia de Pablo dirigida a Roma o procedente de esta ciudad, donde Pablo menciona a muchos creyentes que allí habitaban, es una indicación de que lo más probable es que Pedro no estuviera en Roma en el invierno (diciembre-febrero) de 57/58 d.C. cuando Pablo escribió el libro de Romanos, ni aproximadamente durante los años 61 a 63 d.C. cuando Pablo estuvo encarcelado allí por primera vez.
La tradición de la llegada temprana de Pedro a Roma puede haber surgido junto con los informes en cuanto a Simón el Mago. Justino Mártir (c. 150 d.C.) registra que un Simón, de Samaria, llegó a Roma durante el reinado de Claudio (41-54 d.C.) e hizo "grandes actos de magia" (Primera apología 26). Ireneo (c. 185 d.C., Contra herejías i. 23. 1-4) repite este relato e identifica a este Simón con Simón el Mago a quien Pedro había reprendido en Samaria (Hech. 8:9-23).
Un documento legendario llamado "Los hechos de Pedro con Simón", cuya fecha aproximada de origen es el año 200 d. C., narra una enredada fábula de cómo Pedro, mediante una visión de Cristo, fue enviado a Roma para que se opusiera a Simón. Como se creía que Simón había llegado allí durante el reinado de Claudio, era lógico concluir que Pedro había llegado a Roma por ese mismo tiempo. Sin embargo, una leyenda como la de Simón el Mago es muy insuficiente como prueba para ubicar la llegada de Pedro a Roma en una fecha tan temprana.
Con todo, las pruebas presentadas no significan que Pedro nunca estuvo en Roma. La antigua tradición cristiana es concluyente en afirmar que Pedro fue un dirigente de la iglesia en Roma, y que murió allí. Ignacio (c. 116 d. C.) dice que Pedro enseñó en Roma (A los romanos 4), e Ireneo (c. 185 d. C.) declara que Pedro y Pablo, "después de fundar y edificar espiritualmente a la iglesia, entregaron en manos de Lino el cargo del episcopado" (Contra herejías iii. 3.3).
Según el Nuevo Testamento es evidente que Pablo no fundó la iglesia de Roma (Rom. 1:13; 15: 23-24), y de acuerdo con la prueba que acabamos de dar, también es dudoso que Pedro la fundara. Sin embargo, categóricas tradiciones antiguas hacen probable que Pedro muriera en Roma. Gayo, cristiano de Roma, declaró (c. 200 d. C.) que se sabía que el "trofeo" de Pedro - lo que quizá signifique su tumba o el lugar de su martirio - estaba en el Vaticano, que en ese tiempo no era un edificio sino un cementerio.
La cuestión de la permanencia de Pedro en Roma es algo muy diferente del primado de los papas que pretenden remontar su cargo hasta él.
Esta pretensión finalmente o se rechaza o se acepta no teniendo en cuenta si Pedro estuvo en Roma, sino considerando algo muy diferente: la posición o categoría de Pedro en la iglesia y la verdadera naturaleza de la sucesión apostólica. Más adelante estudiaremos más detalladamente este problema.