"La paga del pecado es muerte" (Rom. 6: 23).
Pero la muerte no podía retener al Señor en el sepulcro (Hech. 2: 24) porque él tenía vida divina en sí mismo (Juan 5:26; 10:17-18), porque el Padre lo levantó (Hech. 2:4; Mat. 28: 2-4) y porque como no había pecado (1 Ped. 2:22) la muerte no tenía ningún derecho sobre él.
Cuando resucitó, después de haber gustado la muerte por todos los hombres y de vencer la tumba, dio vida a todo ser humano: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor. 15: 22). Tan completa y eficiente fue la victoria de Cristo - Ser inmaculado - sobre la muerte, que su resurrección se convirtió en el tema de la iglesia apostólica; y Pablo, contemplando por anticipado el segundo advenimiento, exclamó: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Cor. 15:55). La vida, la dádiva que Cristo dio a Adán en la creación, se convirtió otra vez en su dádiva particular, ofrecida gratuitamente a cada hijo de Adán que, de otro modo condenado a muerte, podía ahora aceptar la vida del Salvador resucitado (Rom. 5:10; 8:11).
Pero la muerte no podía retener al Señor en el sepulcro (Hech. 2: 24) porque él tenía vida divina en sí mismo (Juan 5:26; 10:17-18), porque el Padre lo levantó (Hech. 2:4; Mat. 28: 2-4) y porque como no había pecado (1 Ped. 2:22) la muerte no tenía ningún derecho sobre él.
Cuando resucitó, después de haber gustado la muerte por todos los hombres y de vencer la tumba, dio vida a todo ser humano: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor. 15: 22). Tan completa y eficiente fue la victoria de Cristo - Ser inmaculado - sobre la muerte, que su resurrección se convirtió en el tema de la iglesia apostólica; y Pablo, contemplando por anticipado el segundo advenimiento, exclamó: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Cor. 15:55). La vida, la dádiva que Cristo dio a Adán en la creación, se convirtió otra vez en su dádiva particular, ofrecida gratuitamente a cada hijo de Adán que, de otro modo condenado a muerte, podía ahora aceptar la vida del Salvador resucitado (Rom. 5:10; 8:11).