EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

34.05. Los Valdenses - IV

Pura, sencilla y ferviente fue la piedad de estos discípulos de Cristo.

Apreciaban los principios de verdad más que las casas, las tierras, los amigos y parientes, más que la vida misma. Trataban ansiosamente de inculcar estos principios en los corazones de los jóvenes. Desde su más tierna edad, éstos recibían instrucción en las Sagradas Escrituras y se les enseñaba a considerar sagrados los requerimientos de la ley de Dios. Los ejemplares de la Biblia eran raros; por eso se aprendían de memoria sus preciosas palabras.

Muchos podían recitar grandes porciones del Antiguo Testamento y del Nuevo. Los pensamientos referentes a Dios se asociaban con las escenas sublimes de la naturaleza y con las humildes bendiciones de la vida cotidiana. Los niños aprendían a ser agradecidos a Dios como al dispensador de todos los favores y de todos los consuelos.

Como padres tiernos y afectuosos, amaban a sus hijos con demasiada inteligencia para acostumbrarlos a la complacencia de los apetitos. Les esperaba una vida de pruebas y privaciones y tal vez el martirio. Desde niños se les acostumbraba a sufrir penurias, a ser sumisos y, sin embargo, capaces de pensar y obrar por sí mismos.

Desde temprano se les enseñaba a llevar responsabilidades, a hablar con prudencia y a apreciar el valor del silencio. Una palabra indiscreta que llegara a oídos del enemigo, podía no sólo hacer peligrar la vida del que la profería, sino la de centenares de sus hermanos; porque así como los lobos acometen su presa, los enemigos de la verdad perseguían a los que se atrevían a abogar por la libertad de la fe religiosa.

Los valdenses habían sacrificado su prosperidad mundana por causa de la verdad y trabajaban con incansable paciencia para conseguirse el pan. Aprovechaban cuidadosamente todo pedazo de suelo cultivable entre las montañas, y hacían producir a los valles y a las faldas de los cerros menos fértiles.

La economía y la abnegación más rigurosa formaban parte de la educación que recibían los niños como único legado. Se les enseñaba que Dios había determinado que la vida fuese una disciplina y que sus necesidades sólo podían ser satisfechas mediante el trabajo personal, la previsión, el cuidado y la fe.

Este procedimiento era laborioso y fatigoso, pero saludable. Es precisamente lo que necesita el hombre en su condición caída, la escuela que Dios le proveyó para su educación y desarrollo. Mientras que se acostumbraba a los jóvenes al trabajo y a las privaciones, no se descuidaba la cultura de su inteligencia. Se les enseñaba que todas sus facultades pertenecían a Dios y que todas debían ser aprovechadas y desarrolladas para servirle.