Los pocos fieles que edificaban sobre el cimiento verdadero ("Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" 1 Corintios 3: 10, 11) estaban perplejos y trabados, pues los escombros de las falsas doctrinas entorpecían el trabajo.
Como los constructores de los muros de Jerusalén en tiempo de Nehemías, algunos estaban por exclamar: "Las fuerzas de los acarreadores se han debilitado, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro" (Nehemías 4: 10.)
Debilitados por el constante esfuerzo que hacían contra la persecución, el engaño, la iniquidad y todos los demás obstáculos que Satanás inventara para detener su avance, algunos de los que habían sido fieles edificadores llegaron a desanimarse; y por amor a la paz y a la seguridad de sus propiedades y de sus vidas se apartaron del fundamento verdadero.
Otros, sin dejarse desalentar por la oposición de sus enemigos, declararon sin temor: "No temáis delante de ellos: acordaos del Señor grande y terrible" (Nehemías 4: 14), y "cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban" (Nehemías 4: 18 -"la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios"- Efesios 6: 17).
En todo tiempo el mismo espíritu de odio y de oposición a la verdad inspiró a los enemigos de Dios, y los siervos de él necesitaron la misma vigilancia y fidelidad. Las palabras de Cristo a sus primeros discípulos se aplicarán a cuantos le sigan, hasta el fin de los tiempos: "Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad" (Marcos 13: 37.)
Las tinieblas parecían hacerse más densas. La adoración de las imágenes se hizo más general. Se les encendían velas y se les ofrecían oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominados por la superstición, que la razón misma parecía haber perdido su poder.
Mientras que los sacerdotes y los obispos eran amantes de los placeres, sensuales y corrompidos, sólo podía esperarse del pueblo que acudía a ellos en busca de dirección, que siguiera sumido en la ignorancia y en los vicios.