EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

25.06. La revolución de los campesinos

El año 1525 fue sumamente importante en la vida de Martín Lutero. Se casó con Catalina von Bora. El casamiento es un asunto personal; pero el suyo tuvo un significado particular, pues demostró que había renunciado al voto de celibato, al que se había sometido cuando se hizo sacerdote.

Ya había expresado algunas de sus opiniones acerca del matrimonio en sus Votos monásticos (1522), opúsculo que dedicó a su "amadísimo padre". Esta obra, según Justo Jonas, colaborador de Lutero, "vació los claustros".

Lutero argumentaba que los votos monásticos descansan sobre el falso concepto de que las llamadas "órdenes sagradas" confieren a una persona un carácter especial e inalterable.

El casamiento de Lutero fue significativo porque con este paso el reformador rompió irrevocablemente con los ideales monásticos medievales y adoptó firmemente la forma de vida normal, basada en la Biblia, para las personas dedicadas a las actividades religiosas.

Cuando Lutero tomó esa decisión revolucionaria sabía que sería criticado por ella quizá más que por cualquier otra cosa. Insistía en que el casamiento no era un sacramento de la iglesia sino una institución civil, y al mismo tiempo un estado santo y sagrado.

En ese mismo año tuvo lugar una cruenta revolución de los campesinos en el sur de Alemania. Unos pocos años antes, cuando Martín Lutero escribió a la nobleza de la nación alemana que "en Cristo no hay siervo ni libre", los campesinos creyeron que se uniría a ellos para luchar por la libertad.

Tenían la idea de que la Reforma era el medio para conquistar esa liberación, aun mediante el uso de la fuerza. En algunos sectores de Alemania, como por ejemplo en Hesse, los campesinos habían llegado a un acuerdo con su príncipe.

En Suabia las quejas de ellos se expresaron en "doce artículos", en los queexigían la eliminación de abusos intolerables, la reducción de impuestos y el derecho de pescar y cazar. Los campesinos quizá habrían llegado a un convenio también en el sur de Alemania, si no hubiera sido por el fanatismo de dirigentes extraviados como Tomás Münzer.

Lutero afirmaba que los campesinos nunca debían usar la fuerza, y claramente les advertía que si tomaban la espada perecerían a espada; sin embargo, esas advertencias no fueron escuchadas y los campesinos comenzaron a dedicarse al pillaje, a asesinar y a invadir las tierras de sus señores. Lutero se sintió obligado a actuar.

En su furibundo opúsculo Contra las hordas de campesinos asesinos y ladrones declaraba que puesto que los campesinos habían desoído sus advertencias y tomado la espada, se sentía obligado a exhortar a los señores para que establecieran el orden por la fuerza de las armas. "Heridlos, matadlos, apuñaladlos" como a perros rabiosos, ordenaba (Bainton, Id., p. 280).

Desde ese momento los campesinos del sur de Alemania consideraron a Lutero como un traidor; y esa actitud del reformador fue una razón para que se perdieran para el protestantismo los Estados del sur de Alemania. Aunque Lutero prácticamente no tenía otras opciones en este asunto, a partir de ese momento dio su apoyo a los príncipes antes que al pueblo cuando los intereses de ambos estaban en pugna.

Este proceder de Martín Lutero es defendido por algunos historiadores como inevitable; otros lo condenan como un error irreparable. Lutero también encontró dificultades con el radicalismo y fanatismo crecientes de ciertos extremistas religiosos a quienes se refería como Schwärmer (fanáticos). Entre ellos estaba su ex colega Andrés von Carlstadt, el cual tenía puntos de vista divergentes en cuanto a la Santa Cena, que consideraba como un mero recordativo y no un sacramento.

Ulrico Zwinglio, de Zurich, tenía la misma opinión de Carlstadt, y puesto que esta enseñanza acerca de la Cena del Señor era otra amenaza para la unidad de los protestantes, el príncipe Felipe de Hesse pidió que los paladines de cada facción se reunieran en Marburgo, en 1529, para allanar sus diferencias. Es evidente que el príncipe también tenía el propósito de que hubiera unidad política.

No desaparecieron las diferencias de opiniones entre Lutero y los otros, y se amplió la brecha entre los luteranos, por un lado, y los reformados o evangélicos, por el otro.