La cruzada que se originó en Clermont fue la primera, y en muchos sentidos la que tuvo más éxito.
No fue la cruzada de un rey. Miembros de la pequeña nobleza dirigieron a los grandes grupos de caballeros que constituyeron un ejército para rescatar los lugares santos de Palestina.
Millares de guerreros europeos tomaban la cruz, se reunían en lugares convenidos y marchaban hacia el este por diferentes caminos.
Al pasar por Constantinopla, recibieron la bienvenida del emperador, reorganizaron sus ejércitos y prosiguieron hacia el este, al Asia Menor, donde derrotaron a los turcos.
Luego se volvieron hacia el sur, penetraron en Siria, donde tomaron ciudad tras ciudad mientras seguían su marcha, y finalmente llegaron a la ciudad de Jerusalén, la que fue rescatada de las fuerzas de los infieles en 1099.
Esto sucedió después de un corto y sangriento asedio, y el enemigo murió a filo de espada sin misericordia. Al fin se estableció el reino de Jerusalén, el cual duró unos 100 años.
En el antiguo reino de Siria se fundaron tres principados. Los principados orientales de los francos fueron organizados siguiendo un modelo feudal, y todos los nobles gobernantes juraron fidelidad al emperador Miguel de Constantinopla, lo cual fue un motivo de dificultades futuras.