La lucha entre la iglesia y el Estado en cuanto a las líneas de conducta presentadas por los monjes de Cluny, se conoce como "la polémica de las investiduras".
Enrique III (1039-1056), emperador del Santo Imperio Romano Germánico, procuró con afán que se elevara el nivel de la vida de la iglesia. Logró llegar a un acuerdo con los poderosos nobles germanos, o a dominarlos, y al mismo tiempo mantuvo la paz en Italia.
Dio pasos decisivos para reformar a la iglesia y puso como papas a algunos clérigos alemanes. No se opuso a la reforma de Cluny, quizá porque no se dio cuenta de su desafío al poder real y ducal.
Su hijo, quien más tarde fue Enrique IV, tenía sólo cinco años cuando Enrique III murió en 1056. El gobierno imperial pasó a manos de regentes, la reina y algunos de los nobles alemanes. Enrique IV estuvo durante un tiempo bajo la tutela de su madre; pero más tarde sus tutores fueron dos arzobispos alemanes políticamente poderosos.
Probablemente por eso sabía más de intrigas políticas que de las cosas nobles de la vida cuando fue coronado como monarca de Alemania a los 15 años de edad.
Esto sucedió en 1066, el mismo año en que Guillermo el Conquistador, animado por el papado, cruzaba el canal de la Mancha y derrotaba al último de los reyes sajones de Inglaterra.
Los poderosos nobles alemanes se sentían inquietos por estar bajo un monarca tan joven, y desde el mismo comienzo de su activo gobierno el problema de Enrique fue mantener a esos indóciles nobles del imperio bajo cierta sujeción.
Naturalmente procuraba colocar a sus amigos en cargos de poder y también deseaba que los que lo apoyaban ocuparan altos cargos eclesiásticos. Por eso cuando se le presentaba la oportunidad nombraba tanto laicos como eclesiásticos para fortalecerse políticamente.
Esto concordaba plenamente con lo que se había hecho por décadas, hasta por siglos; pero era contrario al programa de los reformadores de Cluny, quienes adquirían más poder.
El movimiento de reforma alcanzó mayor significado cuando algunos funcionarios papales participaron en él. Entre ellos se destacó Hildebrando, un diácono de la ciudad de Roma; era un lombardo de amplia visión, de voluntad persistente y notable dedicación a lo que vislumbraba que fortalecía los intereses de la iglesia.
Apoyaba de todo corazón la reforma de Cluny, y hasta puede ser que pasara un corto lapso en ese monasterio. Como era diácono, colaboraba con los papas reinantes para fortalecer la iglesia en todas las formas, y sin duda fue un agente activo en las manipulaciones papales durante varios años antes de que fuera nombrado papa.
Durante su diaconado se instituyó el sistema de que el papa fuera elegido por el colegio de cardenales, y que se discontinuara el desordenado método de nombrarlo por aclamación del pueblo, como se había hecho hasta entonces. Hildebrando fue elegido papa en 1073, y tomó el nombre de Gregorio VII.
Enrique IV era entonces un joven de 22 años que trabajaba activamente para consolidar su dominio sobre el imperio. El nuevo papa se dirigió bondadosamente al joven monarca con la evidente esperanza de que lo considerara como a un padre y consejero; pero esa amistosa relación se deterioró poco a poco.
Enrique no estaba dispuesto a que el papa determinara quién debía ocupar los obispados alemanes, y finalmente desafió al papa. Entonces, Gregorio VII excomulgó a Enrique IV.
La aplicación del entredicho sobre Enrique IV significaba que todos los nobles y obispos alemanes que se oponían al programa del joven monarca aprovecharían la excomunión como una excusa para repudiarlo como emperador y colocar a otro en su lugar.
Esta combinación de circunstancias propició el famoso episodio de Canossa: