Esta filosofía de la separación de la Iglesia y el Estado resultaba necesaria, con el pensamiento de que debía manifestarse cierto grado de cooperación con el ambiente pagano debido a la necesidad del momento, hasta que Cristo los transportara a un nuevo ambiente.
Tertuliano, en el siglo III y Lactancio en el siglo IV, insistían en que la Iglesia cristiana debía mantenerse separada del Estado pagano.
Pero como no se produjo la segunda venida de Cristo, ya en el siglo III se fue formando una nueva filosofía.
El cristianismo se iba popularizando y continuamente aumentaba su número de miembros.
Los maestros cristianos eran escuchados con más y más respeto, y surgió la esperanza de que antes de mucho el cristianismo pudiera, manejar el mundo.
Por lo tanto, cada vez que era posible, se incorporaban costumbres mundanas que eran "bautizadas", dándoselas un nombre cristiano y también una apariencia exterior cristiana.
Se tenía cuidado de ofender lo menos posible al Estado.
Cuando la situación era clara, los dirigentes de la iglesia y aquellos a quienes ellos dirigían procuraban mantenerse firmes. Con frecuencia, sin embargo, resultaba conveniente posponer el momento del enfrentamiento, y en más de una ocasión las decisiones fueron enturbiadas por la claudicación.
Bien podría suponerse que si durante el siglo III los gobernantes romanos hubiesen sido más complacientes, el cristianismo hubiera seguido un programa tal de componendas que lo hubiera llevado al punto de vivir satisfecho en un ambiente pagano, y quizá finalmente hubiera sido completamente modificado por ese ambiente y absorbido por él.
Felizmente para la iglesia, el gobierno continuó siendo un acerbo enemigo del cristianismo, y éste se vio obligado a permanecer separado del Estado hasta que Constantino hizo que el gobierno romano tomara las formas externas del cristianismo.