El rito de la Cena del Señor continuó "evolucionando".
En el siglo II la Didachê ya daba el nombre de "sacrificio" a la Cena del Señor (14), y desde el tiempo de Gregorio de Nisa (In Christi resurrectionem, Oratio I) esta expresión se hace más frecuente.
De este modo creció la convicción de que la eucaristía significaba una repetición del sacrificio de Cristo.
Adviértase la transición:
Al comienzo la Cena del Señor fue un servicio de acción de gracias, como lo muestra claramente el término "eucaristía".
Era un servicio conmemorativo en el que participaban los que creían que ya habían recibido el don de la salvación, por lo cual manifestaban su gratitud participando de los emblemas prescritos.
Sin embargo, gradualmente y a través de los pasos indicados, la cena se convirtió en un medio de salvación, como una repetición del sacrificio del Señor.
En esta forma la cena, como el bautismo, se convirtió en un rito salvador, y de la misma manera hizo necesario un intercesor para administrarlo como un proceso sacramental.
Tanto en la eucaristía como en el bautismo, el obispo era el intercesor oficiante, haciendo de sacerdote en el sentido del Antiguo Testamento o aun casi en el sentido pagano.
Este cambio de la Cena del Señor como un reconocimiento de la salvación recibida a un ritual realizado como un medio de salvación, y de un servicio de acción de gracias a un sacramento, no fue, de ninguna manera, una evolución inocente; fue una apostasía.
Debido a este cambio, realizado sin autorización ni base bíblica en la interpretación de la naturaleza del bautismo y de la Cena del Señor, un sacerdocio cristiano intercesorio – una verdadera contradicción de términos - llegó a ser una necesidad eclesiástica y sacramental.
La ambición de destacarse, siempre presente en el corazón humano, hizo que los hombres que tenían autoridad eclesiástica sintieran intensos deseos de cumplir con esas funciones.
El sacerdocio humano en la iglesia cristiana se convirtió en un hecho consumado a mediados del siglo III.