A medida que el cargo del anciano principal evolucionaba hacia un obispado monárquico, el obispo se fue convirtiendo en el depositario exclusivo del derecho de administrar el bautismo o de autorizar su administración.
Al convertirse el bautismo en algo sacramental, se acrecentó la autoridad del obispo como si tuviera un poder sobrenatural que no poseían otros cristianos.
La evolución simultánea de la Cena del Señor, convertida en un rito que implicaba un poder sobrenatural, también favoreció el desarrollo de la preeminencia del clero.
El obispo llegó a ser un instrumento necesario para salvar a los pecadores, sin cuya ministracion no podía haber salvación.
Esto significó el restablecimiento del sacerdocio en la iglesia cristiana, apesar de que la institución sacerdotal se había hecho innecesaria con el comienzo del ministerio de Jesucristo como Sumo Sacerdote en el santuario celestial.
De esta manera hubo una triple sucesión de errores:
(1) La falsa doctrina de la herencia del pecado original;
(2) la perberción del bautismo al cambiar el rito de una sola inmersión del adulto a una triple aspersión de agua sobre la cabeza de un niño;
(3) el hecho de dar al bautismo un significado sacramental, y hacer del obispo un sacerdote sacramental: una parodia del plan de salvación, una sustitución del sacerdocio de Cristo y una apostasía de la verdadera senda cristiana.
Esta apostasía se convirtió en una realidad en la iglesia afines del siglo III.