2. El obispo y las Escrituras.
El anciano que presidía era el guardián de las Escrituras y de las verdades contenidas en ellas, así como el dispensador de la "regla de la fe" apostólica.
Los ejemplares de las Escrituras deben haber sido relativamente escasos, puesto que se escribían a mano. Las porciones de las Escrituras mejores y más completas eran puestas en las manos del anciano principal, que era su guardián. Así se convirtió en la personificación de la ortodoxia, un exponente de "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Jud. 3).
Posteriormente, hubo persecuciones dirigidas contra el obispo como guardián de las Escrituras y, a los que bajo amenazas entregaban las Escrituras, la iglesia los enjuiciaba como "traidores".
3. El obispo y la ortodoxia.
El anciano que presidía estaba en posesión de las Escrituras, y por eso se convirtió en una norma de ortodoxia.
Al evolucionar su cargo convirtiéndose en lo que fue más tarde el episcopado, se lo consideraba como el sucesor de los apóstoles (Ireneo, Contra herejías iii. 3. 3) y el intérprete de la verdad.
Por lo tanto, tenía la responsabilidad de proteger a la iglesia contra los ataques de los herejes.
Ya hemos señalado la inquietud apostólica de Juan y Pablo al oponerse a las herejías.
Como pastores de la grey, los ancianos principales de las iglesias usaban su autoridad creciente para enfrentarse a los que procuraban descarriar a los creyentes, y su éxito en esa misión aumentaba su poder e influencia.