Pablo cumplió con el pedido, pero cuando los judíos lo vieron en el templo causaron un alboroto tan grande que fue necesaria la intervención de soldados romanos para protegerlo en ese momento y también posteriormente.
Durante los dos años siguientes Pablo estuvo en Jerusalén y en Cesarea.
Compareció ante Félix y ante Festo, que eran procuradores romanos, y ante Herodes Agripa II y Berenice.
Pablo perdió finalmente la esperanza de que el gobernador le hiciera justicia, y como no deseaba ser juzgado por el sanedrín, apeló a César y fue llevado a Roma.
Allí no se presentaron acusaciones contra Pablo, y por lo tanto, fue absuelto y dejado en libertad después de haber estado preso dos años.