La elección de los siete administradores fue una característica notable del desarrollo de la organización de la iglesia. Hasta ese momento había funcionado bajo la dirección de hombres que se distinguían por tener dones del Espíritu, claramente definidos como "apóstoles", "profetas", "evangelistas", "pastores" y "maestros" (Efesios 4: 11). Estos conductores de la iglesia, que actuaban para la edificación espiritual de ella (vers. 12-15), no eran nombrados por la feligresía sino por el Espíritu Santo a medida que impartía los dones. Por supuesto, los apóstoles estaban a la cabeza de esos hombres llamados πνευματικοι [pneumatikoi], o "espirituales".
La aplicación de este término a esos hombres con dones especiales, generalmente los destacaba como a personas con una naturaleza transformada, en contraste con la naturaleza común de la humanidad. Sin embargo, literalmente se refiere a hombres poseídos por el Espíritu Santo y en los que se manifestaban los dones especiales de Dios:
"En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie... Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor" (1 Corintios 2: 15; 14: 37).
"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado" (Gálatas 6:1).
Ejemplos del ejercicio de su autoridad se ven en el reproche de Ananías y Safira (Hechos 5: 1-10), la elección de los siete (cap. 6: 1-6), el envío de Felipe, Pedro y Juan y la forma en que fueron supervisados (cap. 8: 5, 14).
Esta era la obra administrativa y, de acuerdo con la práctica tanto de judíos como de griegos, correspondía muy bien llamar "ancianos" a los apóstoles que se desempeñaban de esa manera (cap. 11: 29-30; 15: 2). También parece que los profetas se ocupaban algunas veces de la administración, como en el caso cuando fueron enviados Pablo y Bernabé (cap. 13: 1-3).