EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

2.02. CRISTO EL SUMO SACERDOTE

Cristo, el Autor de la salvación, había consumado su sacrificio y había conquistado una victoria completa. Con su triunfo sobre el pecado y su victoria sobre la muerte, había demostrado su aptitud para ser Sumo Sacerdote en el santuario celestial. El Autor de nuestra salvación había sido perfeccionado "por aflicciones" (Heb. 2: 10). El que había sido la ofrenda por el pecado (Heb. 9: 11-14) se ha convertido ahora en el ofrendante sacerdotal de su propia sangre en favor del pecador (cap. 8: 1-2; 9: 23-28) a la diestra
del Padre (Hech. 7: 56; Heb. 10: 11-12). Ministra la gracia expiatorio a favor de los pecadores (Heb. 10: 19-22).Ver Heb. 12: 1-2).

Los sacerdotes de las religiones paganas nunca fueron intercesores válidos. La suya era no sólo una usurpación sino también una falsificación de la gran verdad de la intercesión entre Dios y el pecador. Cuando Cristo asumió el sumo sacerdocio, de lo cual su iglesia fue testigo, se revelaron en toda su plenitud la vanidad y la falsedad del antiguo sistema del sacerdocio pagano y sus sacrificios.

Pero el sacerdocio del sistema hebreo también tenía que llegar a su fin. Había servido para un propósito magnífico hasta que Cristo, el Sumo Sacerdote, después de hacer su preparación en la tierra comenzó su obra sagrada en el cielo. El sacerdocio típico de los hebreos y los sacrificios simbólicos que ofrecía, ya no tenían razón de existir. La sombra tenía que ceder el paso a la realidad.

Y más aún: ya no habría lugar para un sacerdocio terrenal entre los seres humanos. Antes de la cruz, hombres dedicados y bien instruidos no habían representado adecuadamente el sacerdocio de Cristo. Sería, pues, imposible e innecesario que después de la cruz algún hombre ofreciera la intercesión que es necesaria entre Dios y los hombres. Estando Cristo como sacerdote en el santuario celestial, sería imposible que algún hombre fuera sacerdote en la tierra, no importa cuán sincero fuera su propósito o cuán elevadas sus pretensiones.