Copérnico (1473-1543), contemporáneo de Lutero, defendía la idea revolucionaria de que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo, y que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no éste alrededor de ella. Esto era herejía.
La iglesia se aferraba a la antigua teoría de Tolomeo de que la Tierra era el centro del universo y que todos los cuerpos celestes giraban alrededor de ella.
Pedro Lombardo (c. 1100-c. 1160) había declarado: "Así como el hombre ha sido hecho por causa de Dios, es decir, para que pueda servirle, así también el universo está hecho por causa del hombre, es decir, para que pueda servirle; por lo tanto, el hombre está colocado en el centro del universo" (citado por Albert C. Knudson, en Present Tendencies en Religious Thought, p. 43).
Copérnico fue considerado como hereje por los protestantes y también por los católicos. No se atrevió a defender sus ideas públicamente como tampoco lo hizo Galileo (1564-1642), quien también creía que la Tierra rotaba sobre su propio eje mientras gira alrededor del Sol.
Por esta herejía científica Galileo fue encarcelado y juzgado, y apenas escapó de la ejecución porque renunció aparentemente a sus opiniones científicas.
Las supersticiones medievales predominaron hasta que, después de algún tiempo, los hombres vieron la luz y tuvieron el valor de seguirla.
El aumento de la ciencia y de la riqueza fueron también un reto y una amenaza para el cristianismo; una amenaza, porque aumentó el deseo de riquezas y fomentó la explotación por motivos egoístas de los continentes recién descubiertos.
La avidez por el oro con frecuencia resultó en la opresión de los aborígenes y aun en su extinción; sin embargo, los cristianos fueron impulsados como nunca antes a llevar el cristianismo hasta los lugares más lejanos.
La idea de ir como misioneros a ultramar fue el resultado natural de la conquista y la colonización y una motivación para esa clase de misiones.
Para la Iglesia Católica fue una amenaza porque incitaba a los hombres a pensar por sí mismos.