EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

36.06. Hus y Jerónimo - VI

Mientras tanto, un gran cisma asolaba a la iglesia. Tres papas se disputaban la supremacía, y esta contienda llenaba los dominios de la cristiandad de crímenes y revueltas. No satisfechos los tres papas con arrojarse recíprocamente violentos anatemas, decidieron recurrir a las armas temporales. Cada uno se propuso hacer acopio de armamentos y reclutar soldados. Por supuesto, necesitaban dinero, y para proporcionárselo, todos los dones, oficios y beneficios de la iglesia fueron puestos en venta.

Asimismo los sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la simonía y a la guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío. Con una intrepidez que iba cada día en aumento, protestó Hus enérgicamente contra las abominaciones que se toleraban en nombre de la religión, y el pueblo acusó abiertamente a los jefes papales de ser causantes de las miserias que oprimían a la cristiandad.

La ciudad de Praga se vio nuevamente amenazada por un conflicto sangriento. Como en los tiempos antiguos, el siervo de Dios fue acusado de ser el "perturbador de Israel." (1 Reyes 18: 17, V. M.) La ciudad fue puesta por segunda vez en entredicho, y Hus se retiró a su pueblo natal. Terminó el testimonio que había dado él tan fielmente en su querida capilla de Belén, y ahora iba a hablar al mundo cristiano desde un escenario más extenso antes de rendir su vida como último homenaje a la verdad.

Con el propósito de contener los males que asolaban a Europa, fue convocado un concilio general que debía celebrarse en Constanza. Esta cita fue preparada, a solicitud del emperador Segismundo, por Juan XXIII, uno de los tres papas rivales. El deseo de reunir un concilio distaba mucho de ser del agrado del papa Juan, cuyo carácter y política poco se prestaban a una investigación aun cuando ésta fuera hecha por prelados de tan escasa moralidad como lo eran los eclesiásticos de aquellos tiempos. Pero no pudo, sin embargo, oponerse a la voluntad de Segismundo.¹

Los fines principales que debía procurar el concilio eran poner fin al cisma de la iglesia y arrancar de raíz la herejía. En consecuencia los dos antipapas fueron citados a comparecer ante la asamblea, y con ellos Juan Hus, el principal propagador de las nuevas ideas. Los dos primeros, considerando que había peligro en presentarse, no lo hicieron, sino que mandaron sus delegados. El papa Juan, aun cuando era quien ostensiblemente había convocado el concilio, acudió con mucho recelo, sospechando la intención secreta del emperador de destituirle, y temiendo ser llamado a cuentas por los vicios con que había desprestigiado la tiara y por los crímenes de que se había valido para apoderarse de ella. Sin embargo, hizo su entrada en la ciudad de Constanza con gran pompa, acompañado de los eclesiásticos de más alta categoría y de un séquito de cortesanos. El clero y los dignatarios de la ciudad, con un gentío inmenso, salieron a recibirle. Venía debajo de un dosel dorado sostenido por cuatro de los principales magistrados. La hostia iba delante de él, y las ricas vestiduras de los cardenales daban un aspecto imponente a la procesión.

Entre tanto, otro viajero se acercaba a Constanza. Hus se daba cuenta del riesgo que corría. Se había despedido de sus amigos como si ya no pensara volverlos a ver, y había emprendido el viaje presintiendo que remataría en la hoguera. A pesar de haber obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia, y otro que, estando ya en camino, recibió del emperador Segismundo, arregló bien todos sus asuntos en previsión de su muerte probable.

En una carta dirigida a sus amigos de Praga, les decía: "Hermanos míos . . . me voy llevando un salvoconducto del rey para hacer frente a mis numerosos y mortales enemigos. . . . Me encomiendo de todo corazón al Dios todopoderoso, mi Salvador; confío en que él escuchará vuestras ardientes súplicas; que pondrá su prudencia y su sabiduría en mi boca para que yo pueda resistir a los adversarios, y que me asistirá el Espíritu Santo para confirmarme en la verdad, a fin de que pueda arrostrar con valor las tentaciones, la cárcel y si fuese necesario, una muerte cruel. Jesucristo sufrió por sus muy amados, y, por tanto ¿habremos de extrañar que nos haya dejado su ejemplo a fin de que suframos con paciencia todas las cosas para nuestra propia salvación? El es Dios y nosotros somos sus criaturas; él es el Señor y nosotros sus siervos; él es el Dueño del mundo y nosotros somos viles mortales, ¡y sin embargo sufrió! ¿Por qué, entonces, no habríamos de padecer nosotros también, y más cuando sabemos que la tribulación purifica? Por lo tanto, amados míos, si mi muerte ha de contribuir a su gloria, rogad que ella venga pronto y que él me dé fuerzas para soportar con serenidad todas las calamidades que me esperan. Empero, si es mejor que yo regrese para vivir otra vez entre vosotros, pidamos a Dios que yo vuelva sin mancha, es decir, que no suprima un tilde de la verdad del Evangelio, para poder dejar a mis hermanos un buen ejemplo que imitar. Es muy probable que nunca más volváis a ver mi cara en Praga; pero si fuese la voluntad del Dios todopoderoso traerme de nuevo a vosotros, avanzaremos con un corazón más firme en el conocimiento y en el amor de su ley."- -Emile de Bonnechose, The Reformers Before the Reformation: The Fifteenth Century : John Huss and the Council of Constance, book II, chapter I.

-------------------------------------
¹ Respecto a la convocación del concilio de Constanza por el papa Juan XXIII, a instancias del emperador Segismundo, véase Mosheim, Histoire ecclésiastique, lib. 35 siglo 15, parte 2, cap. 2, sec. 3, pág. 414 (ed. de Maestricht, 743 1776); Neander, Allgemeine Geschichte der christlichen Religion und Kirche, tomo 6, sec. 1; A. Bower, History of the Popes, tomo 7, págs. 141-143 (ed. de Londres, 1776).

36.06. Huss e Jerônimo - VI

Persistia o cisma na igreja. Três papas contendiam pela supremacia, e sua luta encheu a cristandade de crime e tumulto. Não contentes de lançarem anátemas, recorriam às armas temporais. Cada qual se propôs obter armas e recrutar soldados. É claro que necessitavam dinheiro; e para arranjá-lo, os dons, ofícios e bênçãos da igreja eram oferecidos à venda.

Os padres também, imitando os superiores, recorriam à simonia* e à guerra para humilhar seus rivais e fortalecer seu próprio poder. Com uma audácia que aumentava dia a dia, Huss fulminava as abominações que eram toleradas em nome da religião; e o povo acusava abertamente os chefes romanistas como causa das misérias que oprimiam a cristandade.

Novamente a cidade de Praga parecia à borda de um conflito sangrento. Como nas eras anteriores, o servo de Deus foi acusado de ser “o perturbador de Israel”. 1 Reis 18: 17. A cidade fora de novo posta sob interdito, e Huss retirou-se para a sua aldeia natal. Finalizara-se o testemunho tão fielmente dado, de sua amada capela de Belém. Deveria falar de um cenário mais amplo, à cristandade toda, antes de depor a vida como testemunha da verdade.

Para sanar os males que estavam perturbando a Europa, convocou-se um concílio geral, a reunir-se em Constança. Esse concílio fora convocado a pedido do imperador Sigismundo, por um dos três papas rivais, João XXIII. À convocação de um concílio longe esteve de ser bem recebida pelo papa João, cujo caráter e política mal poderiam suportar exame, mesmo por prelados tão frouxos na moral como eram os eclesiásticos daqueles tempos. Não ousou, contudo, opor-se à vontade de Sigismundo.¹

O principal objetivo a ser cumprido pelo concílio era apaziguar o cisma da igreja e desarraigar a heresia. Conseguintemente os dois antipapas foram chamados a comparecer perante ele, bem como o principal propagador das novas opiniões, João Huss. Os primeiros, tomando em consideração sua própria segurança, não estiveram presentes em pessoa, mas fizeram-se representar por seus delegados. O Papa João, conquanto ostensivamente o convocador do concílio, compareceu com muitos pressentimentos, suspeitando do propósito secreto do imperador para depô-lo, receoso de ser chamado a contas pelos vícios que haviam infelicitado a tiara, bem como pelos crimes que a haviam garantido. Não obstante, fez sua entrada na cidade de Constança com grande pompa, acompanhado de eclesiásticos da mais alta ordem e seguido por um séquito de cortesãos. Todo o clero e dignitários da cidade, com imensa multidão de cidadãos, foram dar-lhe as boas-vindas. Vinha sob um pálio de ouro, carregado por quatro dos principais magistrados. A hóstia era levada diante dele, e as ricas vestes dos cardeais e nobres ofereciam um aspecto imponente.

Enquanto isto outro viajante se aproximava de Constança. Huss era sabedor dos perigos que o ameaçavam. Despediu-se de seus amigos como se jamais devesse encontrá-los de novo, e seguiu viagem pressentindo que esta o levava para a fogueira. Apesar de haver obtido salvo-conduto do rei da Boêmia, e igualmente recebido outro do imperador Sigismundo durante a viagem, dispôs os planos encarando a probabilidade de sua morte.

Numa carta dirigida a seus amigos em Praga, disse: “Meus irmãos, … parto com um salvo-conduto do rei, ao encontro de numerosos e figadais inimigos. … Confio inteiramente no Deus todo-poderoso, em meu Salvador; confio em que Ele ouvirá vossas fervorosas orações; que comunicará Sua prudência e sabedoria à minha boca, a fim de que eu possa resistir a eles; e que me outorgará Seu Espírito Santo a fim de fortificar-me em Sua verdade, de maneira que eu possa defrontar com coragem tentações, prisão e, sendo necessário, uma morte cruel. Jesus Cristo sofreu por Seus bem-amados; deveríamos, pois, estranhar que Ele nos haja deixado Seu exemplo, para que nós mesmos possamos suportar com paciência todas as coisas para a nossa própria salvação? Ele é Deus, e nós Suas criaturas; Ele é o Senhor, e nós Seus servos; Ele é o Dominador do mundo e nós somos desprezíveis mortais: no entanto Ele sofreu! Por que, pois, não deveríamos nós também sofrer, particularmente quando o sofrimento é para a nossa purificação? Portanto, amados, se minha morte deve contribuir para a Sua glória, orai para que ela venha rapidamente, e para que Ele possa habilitar-me a suportar com constância todas as minhas calamidades. Mas se for melhor que eu volte para o meio de vós, oremos a Deus para que o possa fazer sem mancha, isto é, para que eu não suprima um til da verdade do evangelho, a fim de deixar a meus irmãos um excelente exemplo a seguir. Provavelmente, pois, nunca mais contemplareis meu rosto em Praga; mas, se a vontade do Deus todo-poderoso dignar-se de restituir-me a vós, avancemos então com coração mais firme no conhecimento e no amor de Sua lei.” – -Emile de Bonnechose, The Reformers Before the Reformation: The Fifteenth Century : John Huss and the Council of Constance, book II, chapter I.

---------------------------------------
* Tráfico de coisas sagradas ou espirituais, tais como sacramentos, dignidades, benefícios eclesiáticos, etc.

¹ Quanto à convocação do Concílio de Constança pelo papa João XXIII, a instâncias do imperador Sigismundo, ver Mosheim, Histoire Ecclésiastique, liv. 3, século XV, parte 2, cap 2, sec. 3, pág. 414 (ed. Maestricht, 1176); A. Bower, History of the Popes, vol. VII, págs. 141-143, (ed. de Londres, 1766); Neander, Allgemeine Geschischte der Christlichen Religion und Kirche, vol. 6, sec. 1.

36.06. Huss and Jerome - VI

The schism in the church still continued. Three popes were now contending for the supremacy, and their strife filled Christendom with crime and tumult. Not content with hurling anathemas, they resorted to temporal weapons. Each cast about him to purchase arms and to obtain soldiers. Of course money must be had; and to procure this, the gifts, offices, and blessings of the church were offered for sale.

The priests also, imitating their superiors, resorted to simony and war to humble their rivals and strengthen their own power. With daily increasing boldness Huss thundered against the abominations which were tolerated in the name of religion; and the people openly accused the Romish leaders as the cause of the miseries that overwhelmed Christendom.

Again the city of Prague seemed on the verge of a bloody conflict. As in former ages, God's servant was accused as "he that troubleth Israel." 1 Kings 18: 17. The city was again placed under interdict, and Huss withdrew to his native village. The testimony so faithfully borne from his loved chapel of Bethlehem was ended. He was to speak from a wider stage, to all Christendom, before laying down his life as a witness for the truth.

To cure the evils that were distracting Europe, a general council was summoned to meet at Constance. The council was called at the desire of the emperor Sigismund, by one of the three rival popes, John XXIII. The demand for a council had been far from welcome to Pope John, whose character and policy could ill bear investigation, even by prelates as lax in morals as were the churchmen of those times. He dared not, however, oppose the will of Sigismund. ¹

The chief objects to be accomplished by the council were to heal the schism in the church and to root out heresy. Hence the two antipopes were summoned to appear before it, as well as the leading propagator of the new opinions, John Huss. The former, having regard to their own safety, did not attend in person, but were represented by their delegates. Pope John, while ostensibly the convoker of the council, came to it with many misgivings, suspecting the emperor's secret purpose to depose him, and fearing to be brought to account for the vices which had disgraced the tiara, as well as for the crimes which had secured it. Yet he made his entry into the city of Constance with great pomp, attended by ecclesiastics of the highest rank and followed by a train of courtiers. All the clergy and dignitaries of the city, with an immense crowd of citizens, went out to welcome him. Above his head was a golden canopy, borne by four of the chief magistrates. The host was carried before him, and the rich dresses of the cardinals and nobles made an imposing display.

Meanwhile another traveler was approaching Constance. Huss was conscious of the dangers which threatened him. He parted from his friends as if he were never to meet them again, and went on his journey feeling that it was leading him to the stake. Notwithstanding he had obtained a safe-conduct from the king of Bohemia, and received one also from the emperor Sigismund while on his journey, he made all his arrangements in view of the probability of his death.

In a letter addressed to his friends at Prague he said: "My brethren, . . . I am departing with a safeconduct from the king to meet my numerous and mortal enemies. . . . I confide altogether in the allpowerful God, in my Saviour; I trust that He will listen to your ardent prayers, that He will infuse His prudence and His wisdom into my mouth, in order that I may resist them; and that He will accord me His Holy Spirit to fortify me in His truth, so that I may face with courage, temptations, prison, and, if necessary, a cruel death. Jesus Christ suffered for His well-beloved; and therefore ought we to be astonished that He has left us His example, in order that we may ourselves endure with patience all things for our own salvation? He is God, and we are His creatures; He is the Lord, and we are His servants; He is Master of the world, and we are contemptible mortals--yet He suffered! Why, then, should we not suffer also, particularly when suffering is for us a purification? Therefore, beloved, if my death ought to contribute to His glory, pray that it may come quickly, and that He may enable me to support all my calamities with constancy. But if it be better that I return amongst you, let us pray to God that I may return without stain--that is, that I may not suppress one tittle of the truth of the gospel, in order to leave my brethren an excellent example to follow. Probably, therefore, you will nevermore behold my face at Prague; but should the will of the allpowerful God deign to restore me to you, let us then advance with a firmer heart in the knowledge and the love of His law."--Emile de Bonnechose, The Reformers Before the Reformation: The Fifteenth Century : John Huss and the Council of Constance, book II, chapter I.
-------------------
¹ Council of Constance.--A primary source on the Council of Constance is Richendal Ulrich, Das Concilium so zu Constanz gehalten ist worden (Augsburg, 1483, Incun.). An interesting, recent study of this text, based on the "Aulendorf Codex," is in the Spencer Collection of the New York Public Library, published by Carl Kup, Ulrich von Richental's Chronicle of the Council of Constance (New York, 1936). See also H. Finke (ed.), Acta Concilii Constanciensis (1896), vol. 1; Hefele, Conciliengeschichte (9 vols.), vols. 6, 7; L. Mirbt, Quellen zur Geschichte des Papsttums (1934); Milman, Latin Christianity, vol. 7, pp. 426-524; Pastor, The History of the Popes (34 vols.), vol. 1, p. 197 ff.

More recent publications on the council are K. Zaehringer, Das Kardinal Kollegium auf dem Konstanzer Konzil (Muenster, 1935); Th. F. Grogau, The Conciliar Theory as It Manifested Itself at the Council of Constance (Washington, 1949); Fred A. Kremple, Cultural Aspects of the Council of Constance and Basel (Ann Arbor, 1955); John Patrick McGowan, d'Ailly and the Council of Constance (Washington: Catholic University, 1936).

For John Huss see John Hus, Letters, 1904; E. J. Kitts, Pope John XXIII and Master John Hus (London, 1910); D. S. Schaff, John Hus (1915); Schwarze, John Hus (1915); and Matthew Spinka, John Hus and the Czech Reform (1941).

36.05. Hus y Jerónimo - V

"El espíritu de Hus parece haber sido en aquella época de su vida el escenario de un doloroso conflicto. Aunque la iglesia trataba de aniquilarle lanzando sus rayos contra él, él no desconocía la autoridad de ella, sino que seguía considerando a la iglesia católica romana como a la esposa de Cristo y al papa como al representante y vicario de Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad y no la autoridad misma. Esto provocó un terrible conflicto entre las convicciones más íntimas de su corazón y los dictados de su conciencia. Si la autoridad era justa e infalible como él la creía, ¿por qué se sentía obligado a desobedecerla? Acatarla, era pecar; pero, ¿por qué se sentía obligado a pecar si prestaba obediencia a una iglesia infalible?

"Este era el problema que Hus no podía resolver, y la duda le torturaba hora tras hora. La solución que por entonces le parecía más plausible era que había vuelto a suceder lo que había sucedido en los días del Salvador, a saber, que los sacerdotes de la iglesia se habían convertido en impíos que usaban de su autoridad legal con fines inicuos. Esto le decidió a adoptar para su propio gobierno y para el de aquellos a quienes siguiera predicando, la máxima aquella de que los preceptos de la Santas Escrituras transmitidos por el entendimiento han de dirigir la conciencia, o en otras palabras, que Dios hablando en la Biblia, y no la iglesia hablando por medio de los sacerdotes, era el único guía infalible."- Wylie, libro 3, cap. 2.

Cuando, transcurrido algún tiempo, se hubo calmado la excitación en Praga, volvió Hus a su capilla de Belén para reanudar, con mayor valor y celo, la predicación de la Palabra de Dios. Sus enemigos eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los nobles eran amigos suyos y gran parte del pueblo estaba de su lado. Comparando sus enseñanzas puras y elevadas y la santidad de su vida con los dogmas degradantes que predicaban los romanistas y con la avaricia y el libertinaje en que vivían, muchos consideraban que era un honor pertenecer al partido del reformador.

Hasta aquí Hus había estado solo en sus labores, pero entonces Jerónimo, que durante su estada en Inglaterra había hecho suyas las doctrinas enseñadas por Wiclef, se unió con él en la obra de reforma. Desde aquel momento ambos anduvieron juntos y ni la muerte había de separarlos. Jerónimo poseía en alto grado lucidez genial, elocuencia e ilustración, y estos dones le conquistaban el favor popular, pero en las cualidades que constituyen verdadera fuerza de carácter, sobresalía Hus. El juicio sereno de éste restringía el espíritu impulsivo de Jerónimo, el cual reconocía con verdadera humildad el valer de su compañero y aceptaba sus consejos. Mediante los esfuerzos unidos de ambos la reforma progresó con mayor rapidez.

Si bien es verdad que Dios se dignó iluminar a estos sus siervos derramando sobre ellos raudales de luz que les revelaron muchos de los errores de Roma, también lo es que ellos no recibieron toda la luz que debía ser comunicada al mundo. Por medio de estos hombres, Dios sacaba a sus hijos de las tinieblas del romanismo; pero tenían que arrostrar muchos y muy grandes obstáculos, y él los conducía por la mano paso a paso según lo permitían las fuerzas de ellos.

No estaban preparados para recibir de pronto la luz en su plenitud. Ella los habría hecho retroceder como habrían retrocedido, con la vista herida, los que, acostumbrados a la obscuridad, recibieran la luz del mediodía. Por consiguiente, Dios reveló su luz a los guías de su pueblo poco a poco, como podía recibirla este último. De siglo en siglo otros fieles obreros seguirían conduciendo a las masas y avanzando más cada vez en el camino de las reformas.

36.05. Huss e Jerônimo - V

“O espírito de Huss, nesta fase de sua carreira, parece ter sido cenário de doloroso conflito. Embora a igreja estivesse procurando fulminá-lo com seus raios, não havia ele renegado a autoridade dela. A igreja de Roma era ainda para ele a esposa de Cristo, e o papa o representante e vigário de Deus. O que Huss estava a guerrear era o abuso da autoridade, não o princípio em si mesmo. Isto acarretou terrível conflito entre as convicções de seu entendimento e os ditames de sua consciência. Se a autoridade era justa e infalível, como cria que fosse, como poderia acontecer achar-se obrigado a desobedecer-lhe? Obedecer, compreendia-o ele, significava pecar; mas por que a obediência a uma igreja infalível levaria a tal situação?

"Era este o problema que não podia resolver; esta a dúvida que o torturava sempre e sempre. A solução que mais justa se lhe afigurava, era que havia acontecido novamente, como já antes, nos dias do Salvador, que os sacerdotes da igreja se tinham tornado pessoas ímpias e estavam usando da autoridade lícita para fins ilícitos. Isto o levou a adotar para sua própria orientação e para guia daqueles a quem pregava, a máxima de que os preceitos das Escrituras, comunicados por meio do entendimento, devem reger a consciência; em outras palavras, de que Deus, falando na Bíblia, e não a igreja falando pelo sacerdócio, é o único guia infalível.” – Wylie, livro 3, cap. 2.

Quando, depois de algum tempo, serenou a excitação em Praga, Huss voltou para a sua capela de Belém, a fim de continuar com maior zelo e ânimo a pregação da Palavra de Deus. Seus inimigos eram ativos e poderosos, mas a rainha e muitos dos nobres eram seus amigos, e o povo em grande parte o apoiava. Comparando seus ensinos puros e elevados e sua vida santa com os dogmas degradantes pregados pelos romanistas e a avareza e devassidão que praticavam, muitos consideravam uma honra estar a seu lado.

Até aqui Huss estivera só em seus trabalhos; agora, porém, se uniu na obra da reforma Jerônimo que, durante sua estada na Inglaterra, aceitara os ensinos de Wycliffe. Daí em diante os dois estiveram ligados durante toda a vida, e na morte não deveriam ser separados. Gênio brilhante, eloqüência e saber – dotes que conquistaram o favor popular – possuía-os Jerônimo em alto grau; mas quanto às qualidades que constituem a verdadeira força de caráter, Huss era maior. Seu discernimento calmo servia como restrição ao espírito impulsivo de Jerônimo, que, com verdadeira humildade, se apercebia de seu valor e cedia aos seus conselhos. Sob o trabalho de ambos a Reforma estendeu-se mais rapidamente.

Deus permitiu que grande luz resplandecesse no espírito daqueles homens escolhidos, revelando-lhes muitos dos erros de Roma; mas eles não receberam toda a luz que devia ser dada ao mundo. Por meio destes Seus servos, Deus estava guiando o povo para fora das trevas do romanismo; havia, porém, muitos e grandes obstáculos a serem por eles enfrentados, e Ele os guiou, passo a passo, conforme o podiam suportar.

Não estavam preparados para receber toda a luz de uma vez. Como o completo fulgor do Sol do meio-dia para os que durante muito tempo permaneceram em trevas, fosse ela apresentada, tê-los-ia feito desviarem-se. Portanto Ele a revelou aos dirigentes pouco a pouco, à medida que podia ser recebida pelo povo. De século em século, outros fiéis obreiros deveriam seguir-se para guiar o povo cada vez mais longe no caminho da Reforma.

36.05. Huss and Jerome - V

"The mind of Huss, at this stage of his career, would seem to have been the scene of a painful conflict. Although the church was seeking to overwhelm him by her thunderbolts, he had not renounced her authority. The Roman Church was still to him the spouse of Christ, and the pope was the representative and vicar of God. What Huss was warring against was the abuse of authority, not the principle itself. This brought on a terrible conflict between the convictions of his understanding and the claims of his conscience. If the authority was just and infallible, as he believed it to be, how came it that he felt compelled to disobey it? To obey, he saw, was to sin; but why should obedience to an infallible church lead to such an issue?

"This was the problem he could not solve; this was the doubt that tortured him hour by hour. The nearest approximation to a solution which he was able to make was that it had happened again, as once before in the days of the Saviour, that the priests of the church had become wicked persons and were using their lawful authority for unlawful ends. This led him to adopt for his own guidance, and to preach to others for theirs, the maxim that the precepts of Scripture, conveyed through the understanding, are to rule the conscience; in other words, that God speaking in the Bible, and not the church speaking through the priesthood, is the one infallible guide." -Wylie, book 3, chapter 2.

When after a time the excitement in Prague subsided, Huss returned to his chapel of Bethlehem, to continue with greater zeal and courage the preaching of the word of God. His enemies were active and powerful, but the queen and many of the nobles were his friends, and the people in great numbers sided with him. Comparing his pure and elevating teachings and holy life with the degrading dogmas which the Romanists preached, and the avarice and debauchery which they practiced, many regarded it an honor to be on his side.

Hitherto Huss had stood alone in his labors; but now Jerome, who while in England had accepted the teachings of Wycliffe, joined in the work of reform. The two were hereafter united in their lives, and in death they were not to be divided. Brilliancy of genius, eloquence and learning -gifts that win popular favor- were possessed in a pre-eminent degree by Jerome; but in those qualities which constitute real strength of character, Huss was the greater. His calm judgment served as a restraint upon the impulsive spirit of Jerome, who, with true humility, perceived his worth, and yielded to his counsels. Under their united labors the reform was more rapidly extended.

God permitted great light to shine upon the minds of these chosen men, revealing to them many of the errors of Rome; but they did not receive all the light that was to be given to the world. Through these, His servants, God was leading the people out of the darkness of Romanism; but there were many and great obstacles for them to meet, and He led them on, step by step, as they could bear it.

They were not prepared to receive all the light at once. Like the full glory of the noontide sun to those who have long dwelt in darkness, it would, if presented, have caused them to turn away. Therefore He revealed it to the leaders little by little, as it could be received by the people. From century to century, other faithful workers were to follow, to lead the people on still further in the path of reform.

36.04. Hus y Jerónimo - IV

Las noticias de la obra hecha en Praga llegaron a Roma y pronto fue citado Hus a comparecer ante el papa. Obedecer habría sido exponerse a una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la universidad, miembros de la nobleza y altos dignatarios dirigieron una solicitud general al pontífice para que le fuera permitido a Hus permanecer en Praga y contestar a Roma por medio de una diputación. En lugar de acceder a la súplica, el papa procedió a juzgar y condenar a Hus, y, por añadidura, declaró a la ciudad de Praga en entredicho.

En aquellos tiempos, siempre que se pronunciaba tal sentencia, la alarma era general. Las ceremonias que la acompañaban estaban bien calculadas para producir terror entre el pueblo, que veía en el papa el representante de Dios mismo, y el que tenía las llaves del cielo y del infierno y el poder para invocar juicios temporales lo mismo que espirituales. Creían que las puertas del cielo se cerraban contra los lugares condenados por el entredicho y que entretanto que el papa no se dignaba levantar la excomunión, los difuntos no podían entrar en la mansión de los bienaventurados. En señal de tan terrible calamidad se suspendían todos los servicios religiosos, las iglesias eran clausuradas, las ceremonias del matrimonio se verificaban en el patio de la iglesia; a los muertos se les negaba sepultura en los camposantos, y se los enterraba sin ceremonia alguna en las zanjas o en el campo. Así pues, valiéndose de medios que influían en la imaginación, procuraba Roma dominar la conciencia de los hombres.

La ciudad de Praga se amotinó. Muchos opinaron que Hus tenía la culpa de todas estas calamidades y exigieron que fuese entregado a la vindicta de Roma. Para que se calmara la tempestad, el reformador se retiró por algún tiempo a su pueblo natal. Escribió a los amigos que había dejado en Praga: "Si me he retirado de entre vosotros es para seguir los preceptos y el ejemplo de Jesucristo, para no dar lugar a que los mal intencionados se expongan a su propia condenación eterna y para no ser causa de que se moleste y persiga a los piadosos. Me he retirado, además, por temor de que los impíos sacerdotes prolonguen su prohibición de que se predique la Palabra de Dios entre vosotros; mas no os he dejado para negar la verdad divina por la cual, con la ayuda de Dios, estoy pronto a morir."- E. de Bonnechose, Les Réformateurs avant la Réforme (Los Reformadores antes de la Reforma), lib. I, págs. 94, 95 (París, 1845).

Hus no cesó de trabajar; viajó por los países vecinos predicando a las muchedumbres que le escuchaban con ansia. De modo que las medidas de que se valiera el papa para suprimir el Evangelio, hicieron que se extendiera en más amplia esfera. "Nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad." (2 Corintios 13: 8 V.M).

36.04. Huss e Jerônimo - IV

Notícias da obra em Praga foram levadas a Roma, e Huss foi logo chamado a comparecer perante o papa. Obedecer seria expor-se à morte certa. O rei e a rainha da Boêmia, a Universidade, membros da nobreza e oficiais do governo, uniram-se num apelo ao pontífice para que fosse permitido a Huss permanecer em Praga e responder a Roma por meio de delegação. Em vez de atender a este pedido, o papa procedeu ao processo e condenação de Huss, declarando então achar-se interditada a cidade de Praga.

Naquela época, esta sentença, quando quer que fosse pronunciada, despertava geral alarma. As cerimônias que a acompanhavam, eram de molde a encher de terror ao povo que considerava o papa como representante do próprio Deus, tendo as chaves do Céu e do inferno, e possuindo poder para invocar juízos temporais bem como espirituais. Acreditava-se que as portas do Céu se fechavam contra a região atingida pelo interdito; que, até que o papa fosse servido remover a excomunhão, os mortos eram excluídos das moradas da bem-aventurança. Como sinal desta terrível calamidade, suspendiam-se todos os cultos. As igrejas foram fechadas. Celebravam-se os casamentos no pátio da igreja. Os mortos, negando-se-lhes sepultamento em terreno consagrado, eram, sem os ritos fúnebres, inumados em fossos ou no campo. Assim, por meio de medidas que apelavam para a imaginação, Roma buscava dirigir a consciência dos homens.

A cidade de Praga encheu-se de tumulto. Uma classe numerosa denunciou Huss como a causa de todas as suas calamidades, e rogaram fosse ele entregue à vingança de Roma. Para acalmar a tempestade, o reformador retirou-se por algum tempo à sua aldeia natal. Escrevendo aos amigos que deixara em Praga, disse: "Se me retirei do meio de vós, foi para seguir o preceito e exemplo de Jesus Cristo, a fim de não dar lugar aos mal-intencionados para atraírem sobre si a condenação eterna, e a fim de não ser para os piedosos causa de aflição e perseguição. Retirei-me também pelo receio de que os sacerdotes ímpios pudessem continuar por mais tempo a proibir a pregação da Palavra de Deus entre vós; mas não vos deixei para negar a verdade divina, pela qual, com o auxílio de Deus, estou disposto a morrer." – Bonnechose, The Reformers Before the Reformation (Os Reformadores Antes da Reforma), vol. 1, p. 87.

Huss não cessou seus labores, mas viajou pelo território circunjacente, pregando a ávidas multidões. Destarte, as medidas a que o papa recorrera a fim de suprimir o evangelho, estavam fazendo com que este mais largamente se estendesse. "Nada podemos contra a verdade, senão pela verdade." 2 Coríntios 13: 8.

36.04. Huss and Jerome - IV

Tidings of the work at Prague were carried to Rome, and Huss was soon summoned to appear before the pope. To obey would be to expose himself to certain death. The king and queen of Bohemia, the university, members of the nobility, and officers of the government united in an appeal to the pontiff that Huss be permitted to remain at Prague and to answer at Rome by deputy. Instead of granting this request, the pope proceeded to the trial and condemnation of Huss, and then declared the city of Prague to be under interdict.

In that age this sentence, whenever pronounced, created widespread alarm. The ceremonies by which it was accompanied were well adapted to strike terror to a people who looked upon the pope as the representative of God Himself, holding the keys of heaven and hell, and possessing power to invoke temporal as well as spiritual judgments. It was believed that the gates of heaven were closed against the region smitten with interdict; that until it should please the pope to remove the ban, the dead were shut out from the abodes of bliss. In token of this terrible calamity, all the services of religion were suspended. The churches were closed. Marriages were solemnized in the churchyard. The dead, denied burial in consecrated ground, were interred, without the rites of sepulture, in the ditches or the fields. Thus by measures which appealed to the imagination, Rome essayed to control the consciences of men.

The city of Prague was filled with tumult. A large class denounced Huss as the cause of all their calamities and demanded that he be given up to the vengeance of Rome. To quiet the storm, the Reformer withdrew for a time to his native village. Writing to the friends whom he had left at Prague, he said: "If I have withdrawn from the midst of you, it is to follow the precept and example of Jesus Christ, in order not to give room to the ill-minded to draw on themselves eternal condemnation, and in order not to be to the pious a cause of affliction and persecution. I have retired also through an apprehension that impious priests might continue for a longer time to prohibit the preaching of the word of God amongst you; but I have not quitted you to deny the divine truth, for which, with God's assistance, I am willing to die." -Bonnechose, The Reformers Before the Reformation, vol. 1, p. 87.

Huss did not cease his labors, but traveled through the surrounding country, preaching to eager crowds. Thus the measures to which the pope resorted to suppress the gospel were causing it to be the more widely extended. "We can do nothing against the truth, but for the truth." 2 Corinthians 13: 8.