EL DIOS QUE YO CONOZCO

En el juicio final,

los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios. Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

1.07. LOS CUARENTA DIAS


Durante los cuarenta días que transcurrieron inmediatamente después de la resurrección, Cristo estuvo a disposición de los discípulos y se encontró con ellos varias veces. María, que lo saludó temprano en el jardín en la mañana de la resurrección, no recibió permiso para tocarlo sino hasta después de que hubiera ascendido al Padre. Poco después Cristo, habiendo ya ido al cielo y regresado, aceptó bondadosamente el reverente homenaje de las mujeres (Juan 20:16-17; Mat. 28:9). También se encontró con Pedro (1 Cor. 15:5).

Al atardecer de ese día caminó con dos discípulos, que no eran de los doce, mientras regresaban a Emaús procedentes de Jerusalén. Escucharon profundamente turbados mientras Jesús, cuya identidad mantenía encubierta, les mostraba por las Escrituras que "era necesario que el Cristo padeciera estas cosas" (Luc. 24: 26). Consolados, y curiosos por saber la identidad de ese aparente Extraño, lo invitaron a cenar con ellos. Mientras bendecía el pan, permitió que se dieran cuenta, por las huellas de los clavos en sus manos, quién era él (Luc. 24:31). En ese momento, por razones que Cristo sabía, desapareció de su vista; pero no se ausentó. Los dos discípulos volvieron inmediatamente a Jerusalén para contar a sus hermanos que habían visto al Señor. Cristo los acompañó de modo invisible en su regreso a Jerusalén.

El sol ya se había puesto y la luna aparecía. Los dos discípulos de Emaús llegaron al aposento alto donde estaban reunidos los discípulos "por miedo de los judíos" (Juan 20: 19). Llamaron a la puerta, la cual les fue abierta con precaución. Entraron y Jesús también entró en forma invisible. Entonces se hizo visible y tranquilizó a sus seguidores.
Cristo apareció otras veces. Una semana más tarde se mostró de nuevo, y Tomás, que no había estado presente en las apariciones previas, se convenció de que su Señor había resucitado (Juan 20: 24-29).

Luego transcurrió el tiempo de espera de los discípulos. Regresaron a Galilea, y Pedro, impulsado por un sentido práctico de la vida, dijo: "Voy a pescar" (Juan 21: 3). Seis de los discípulos se unieron a Pedro; pero trabajaron toda la noche sin ningún resultado. Por la mañana, un Extraño que estaba en la playa les ordenó que lanzaran la red al lado derecho de sus barcas, y la pesca fue tan abundante que no podían sacar las redes. Juan reconoció al Señor, y Pedro inmediatamente se metió en el agua hasta llegar a la orilla para adorar a Jesús. Estos hombres pescarían más tarde inmensas cantidades de personas con la red del Evangelio mediante el mismo poder divino que les había proporcionado la gran pesca de peces.

Jesús se apareció de nuevo a los once en Galilea (Mat. 28: 16-17). Estuvo con un grupo de quinientos creyentes (1 Cor. 15: 6); se presentó ante Jacobo (vers. 7), y después volvió a Jerusalén y se encontró allí con los discípulos (vers. 7). Cristo dio a los once, en Jerusalén, la comisión evangélica: